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104 MIGUEL G. ESTRADA impositivamente— la cooperación de los religiosos. Responsabilizando más a los religiosos en las nuevas necesidades evangelizadoras diocesa­ nas se ha querido solucionar satisfactoriamente el problema22. Esto que, por lo demás, se ha dado una y otra vez a lo largo de la historia, uno tiene la impresión que, de una forma bastante clara y clamorosa, se está dando en muchos lugares también hoy; hoy, ésta es mi impre­ sión, se pide a los religiosos una inserción y responsabilidad siempre crecientes en la Iglesia local. Sólo que ante esa llamada a una más intensa encarnación diocesana, ocurre preguntar: ¿es válida la solución? ¿es admisible, sin más, esa llamada a los religiosos para que se embar­ quen en una fuerte y absorbente inserción en las tareas evangelizadoras diocesanas? Tal vez a la hora de responder correctamente a esa pre­ gunta sería bueno tener en cuenta las siguientes palabras de Mutuae Relationes : «Porque es deber propio suyo (del obispo) defender la vida consagrada, promover y fomentar la fidelidad y autenticidad de los Religiosos y ayu­ darles a insertarse en la comunión de su misma Iglesia y en la acción evangelizadora, según su propia índole... Los religiosos ‘procuren consiguientemente secundar pronta y fielmente las peticiones y los deseos de los Obispos, en el sentido de aceptar fun­ ciones más amplias en el ministerio de la salvación humana, salvo siem­ pre el carácter del Instituto y la fidelidad a las Constituciones*»23. Desde luego que los religiosos deberán concienciarse decididamente de las necesidades de la Iglesia particular donde viven; ellos son parte de esa Iglesia local y los problemas de ésta son, en gran parte, sus propios problemas; los religiosos no son ni pueden ser un ghetto, un compartimento estanco y aséptico en medio de una Diócesis, un en­ clave adiocesano. Pero si los religiosos deben concienciarse y responsa­ bilizarse de los problemas apostólicos diocesanos, eso no quiere decir que deben ser ellos, los religiosos, quienes tengan forzosamente que solucionarlos. A lo mejor sí, a lo mejor solucionar esas necesidades cae dentro del carisma de unos religiosos determinados que, en ese momento concreto, pueden responsabilizarse en ese trabajo; en este supuesto lo deberán hacer. Pero eso no tiene por qué suceder necesa­ riamente siempre, ni mucho menos. El hecho de que una Diócesis nece- 22. En relación con esto cf. T illa r d , Religiosos, un camino de Evangelio, Madrid 1975, 16-20. 23. N.° 52.

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