PS_NyG_1981v028n001p0087_01160410

102 MIGUEL G. ESTRADA religiosos, tal como se describen ellos mismos, el carisma congregacio- nal ha sido manipulado, violentado por determinadas urgencias socia­ les, hasta conseguir su extinción. No han tenido en cuenta, ciertos reli­ giosos de Religiosos de hoy, las palabras sensatas del dominico francés J. M. R. Tillard: «...efectivam ente, éstos (los religiosos) no pueden identificarse sin más con un simple grupo de Voluntarios al servicio de Cristo’, que espon­ táneamente y por propia iniciativa se aúnan en torno a un ideal común cuya urgencia han llegado a captar, dispuestos, por otra parte, a cambiar de orientación cuando comprendan ser distintas las necesidades más ur­ gentes en el Pueblo de Dios. Se advierte hoy lo sumamente deseable que sería la formación de grupos de esta naturaleza, que respondería muy probablemente a una necesidad real. Pero una Orden, una Congregación, un Instituto religioso no pueden compararse con ese tipo de ministe­ rios» 18. Así es. Evidentemente no es imaginable la indiferencia ante las necesidades de los hombres. Porque somos humanos y porque nuestro carisma religioso es un don para los hombres, debemos vivir con inten­ sidad y con realismo los problemas del mundo e intentar insertar nues­ tra vida de religiosos en esos problemas. Pasar del hambre, de la polí­ tica, de la ignorancia, de la falta de vivienda, es un egoísmo que si no encaja en una vida humana que se tenga por honrada, se entiende menos todavía en una vida religiosa elementalmente digna. Pero habrá que buscar una encarnación que esté de acuerdo con el propio carisma, habrá que insertarse en el mundo extenso de la humanidad necesitada desde las exigencias específicas del peculiar carisma institucional. Como dice acertadamente un eminente profesor del Instituto Teológico de Vida Religiosa: «Desde la nueva visión que los Fundadores tienen del evangelio o de un rasgo peculiar del mismo, se iluminan para ellos unas muy precisas exigencias de los hombres de su tiempo. Aquellas exigencias, aquellas necesidades que están en la misma óptica de la utilidad de su carisma fundacional» 19. 18. R eligiosos, un cam ino d e Evangelio, Madrid 1975, 179. En este sentido son también especialmente acertadas las consideraciones de L. G u t ié r r e z V eg a , Solidaridad en el vivir para la m isión, en La solidaridad de los religiosos, Ma­ drid 1980, 174-185. 19. J. A l v a r e z , P or qué y para qué lo s religiosos en la Iglesia, Madrid 1979, 139-140.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz