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100 MIGUEL G. ESTRADA sentido muy real las necesidades materiales y religiosas de los hom­ bres. Pero esas necesidades, tal como se descubrieron, resultaron ser ingentes e impresionantes; también, y por ello, resultaron ser angus­ tiosamente interpelantes. Los religiosos se enteraron con extrañeza, en las últimas décadas, que la tranquilidad y el relativo bienestar conventual resultaban no sólo evasivos sino también escandalosos frente a la situación difícil e insegura dentro de la que se desenvolvían la mayoría de los hombres. Los hombres, las necesidades materiales y espirituales de los hombres, eran así de llamativas — según el descubri­ miento hecho ahora por los religiosos— , que los conventos tradicio­ nales, cómodos y seguros, se vieron fuertemente cuestionados en su misma razón de existir. ¿Cómo seguir viviendo al ritmo tranquilo y confortable de una casa religiosa tradicional cuando justamente al lado de las tapias conventuales comenzaba ya todo un mundo lleno de necesidades, de ignorancias religiosas y humanas, de ideales que pare­ cían equivocados o, al menos, chocantes por alicortos? Preguntas simi­ lares a ésta quitaron el sueño a muchos religiosos, sinceros y llenos de buena voluntad 16. Y no solamente ciertos religiosos aislados se vieron intensamente cuestionados por el shock vida religiosa-vida de los mar­ ginados. Tal como aparece en las Crónicas de los Capítulos Especiales que por entonces se celebraron en muchos Institutos, y en las Circula­ res que escribieron muchos Superiores Mayores por aquellas fechas, el malestar, la inquietad, el desasosiego, llegó hasta los organismos rectores de la mayor parte de los Institutos religiosos; también a nivel de Instituto se dejó sentir el impacto producido desde la novísima con­ templación de la vida de los hombres. El religioso individualmente se preguntaba: ¿no debería yo cambiar radicalmente de vida para ayu­ dar a los hombres? Y los organismos rectores de los Institutos, por su parte, se autoanalizaban con angustia en esa misma dirección: ¿qué hacemos, como Instituto, para solucionar las necesidades que padecen y esclavizan a los hombres? Y así, tanto el religioso a nivel individual como los Institutos religiosos en sus instancias supremas, quedaron atrapados en una dialéctica que les llevó a la desazón, que molestaba y exigía con urgencia una respuesta tranquilizante. Y, con mayor o menor prisa, de manera más o menos satisfactoria, esa respuesta llegó, esa respuesta se ha dado en la práctica. Sólo que ¿ha sido — hagá- 16. Pueden ser válidas, a este respecto, las ideas de Jesús A lva rez , Diver­ sas formas de pobreza religiosa, Madrid 1975, 103-119.

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