PS_NyG_1981v028n001p0087_01160410

98 MIGUEL G. ESTRADA no sea bonita y repela a nuestra sensibilidad actual instintivamente. La verdad es que la vida, nuestra vida particular de religiosos al igual que la vida de todos los hombres, está manipulada hasta extremos difíciles de describir. No vamos a intentar aquí un estudio del fenómeno de la manipulación social, como acontecimiento típico y significativo de nuestro tiempo; ya hay, a nivel de simple sociología y de ensayo más o menos filosófico, abundante bibliografía sobre el particular. Pero sí vamos a fijar la atención sobre la posibilidad —y aun probabilidad—, de que a nosotros, en cuanto religiosos, se nos manipule y, consecuen­ temente, se nos aliene vocacionalmente. De hecho uno de los ponentes en la IV Semana Nacional de Vida Religiosa, nos advierte textualmente así: «La mayor torpeza en que podíamos caer hoy sería intentar ser evan- gelizadores desde cualquier otro supuesto que no sea el nuestro como religiosos, dejándonos arrastrar por la tentación de hacer y ser lo que no estamos llamados a ser ni hacer; o dejándonos manipular para ser llevados a hacer lo que no es nuestra misión como religiosos evange- lizadores. Podemos ser 'cuerpos especializados’ dentro de la estrategia de la evan- gelización y puede intentarse utilizarnos simplemente como cuerpo espe­ cializado. Nuestra especialización evangelizadora debe responder en todo momento a lo que somos, y nuestra evangelización, o es religiosa, o no será evangelización verdadera» lí5. Así es, en efecto. Caeríamos en una auténtica torpeza, en clave sociológica y teológica, si nos dejáramos manipular. Y, naturalmente, con esta puesta en guardia contra toda manipulación se está aludiendo no sólo a un problema exclusivamente religioso, se alude también a un problema de madurez humano-religioso. Quiero decir: podemos estar siendo manipulados también porque nuestro desarrollo psicológico y religioso sean muy pobres y hasta ñoños. Tal vez a nivel de vivencia ascética personal y a nivel de mentalidad congregacional se nos ha im­ puesto un concepto de sumisión que es destructor de cualquier tipo de protagonismo; a lo mejor hemos cultivado una espiritualidad infan­ til en la que se hacían sinónimos disponibilidad y carencia de persona­ lidad. En todo caso podría existir un defecto nuestro, de una forma u otra, que nos llevase a vivir predispuestos para ser manipulados. Y 15. L. G u t i é r r e z , o . c .} 151.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz