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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 15 sino los muebles, los libros y los cuadros... Yo recuerdo aún la época de los grandes señores, mas mis hijos no alcanzaron sino al último, a don Valentín Sánchez de Toledo, buena silueta de hidalgo que llevaba sobre sí toda la Historia 13. Y sin que pueda siquiera superficialmente parecer paradoja, el tal absentismo de los rentistas ociosos llevó consigo también una deca dencia de los oficios artesanos del pueblo, por otra parte, ella misma consecuencia inmediata de esa transformación social modificadora y, como tal, enemiga de aquel trabajo tan a la medida del hombre. El mismo Cossío lo ha notado noveladamente: Aquel pueblo se llamaba ciudad, y aún se envanecía con el título de ciudad. Cuando pasaron las guerras se afianzaron en él grandes señores y grandes artesanos. Sus cueros y sus lanas se hicieron famosos y aún que dan viejos telares y zapaterías angostas y alfares junto al río, y talabar terías, que tenían un gran mercado en la región. La plaza conservaba el tono de esta prosperidad que a finales del siglo xix inició su decadencia. Pero continuaron los mercados de los viernes, con los tenderetes de as pecto árabe, en los que se ofrecían los frutos de la tierra, los útiles de labranza, las alforjas multicolores, los zapatos y los atalajes más varia dos 14. Y otra vez sin mencionar su topónimo, en ese su género favorito que fue el artículo de periódico: En el pueblo se trabajaba el cáñamo y el lino. Había batanes, telares, herre rías... Se hacían fieltros, se trabajaba el cuero y de la mañana a la noche una legión de zapateros machacaban la suela. El comerciante, a la puerta del tenducho lóbrego, esperaba los grandes días de mercado y de ferias, en que liquidaba toda la mercancía. En estas tiendas se daba importancia no sólo a lo útil, sino a lo dulce. A lo suntuario campesino, con la inge nuidad de las cuentas de cristal, como los descubridores de tierras cam biaban el oro de los indígenas. La confitería fabricaba especialidades in imitables, y en los profundos bodegones se daba al asado un punto úni co, que quizá la fama exaltaba con hipérbole en veinte leguas a la redon da. El pueblo vivía un poco del esfuerzo de la tierra, y esto prestaba 13. Manolo, 2.a ed., Valladolid 1939, 40-1. 14. Cincuenta años, Madrid 1952, 50-1. Sepúlveda recibe el nombre de fic ción de Contreras. Y algunos de los detalles están, naturalmente, modificados. Así en nuestra cita se habla del mercado de los viernes, siendo así que los de la villa tenían lugar los jueves (anticipados a la víspera si el tal día caía en festivo) y sábados (los viernes se celebraban en el vecino Cantalejo).
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