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14 ANTONIO LINAGE CONDE sí el cuidado de dar carrera a sus hermanos, casar a sus hermanas, si no profesaban religiosas, y vivir en el vigilante cuidado de sus tierras. La supresión de los mayorazgos impulsa al absentismo. Los señores se re­ tiran a vivir a las ciudades, pierden el contacto con sus casas, sus tie­ rras y sus colonos, y surge un personaje nuevo en los pueblos, el admi­ nistrador, que es quien facilita a los administrados dinero, y que termi­ na muchas veces siendo más rico e influyente que ellos 11. Y en otro de sus libros, el consagrado a evocar a un hijo muerto en el frente de guerra: De Sepulveda iban desapareciendo los señores, los grandes señores que mantenían el rango en las costumbres, en el trato, en el tono y aun en el atuendo. Los círculos selectos se habían ido estrechando. Los hijos no habíamos sabido mantener las categorías12. Se inicia la decadencia con la supresión de los mayorazgos. Las casas se van derrumbando poco a poco. En las últimas sucesiones se reparten no sólo las extensas fincas, 11. Confesiones, 14-5. 12. De esa nostálgica mentalidad del hidalgo sepulvedano rebelde a la ni­ velación de los tiempos que tocóle vivir al escritor Cossío, está impregnada su novela Elvira Coloma o al morir un siglo (Valladolid 1942). Por ejemplo: «El hombre respetable había de usar sombrero de copa y bastón, y en el bastón era donde se definía más claramente la personalidad del individuo, por la for­ ma y la materia del puño; el cuerno, la esfera, la cabeza de perro, el colmillo... y el oro, el hueso, el marfil, el vidrio... [ ...] Estos mozos del Círculo de Re­ creo, poseían la aptitud y la técnica de los criados de casa grande. Las gene­ raciones presentes no pueden comprender esto, en qué consistía en el mundo antiguo la domesticidad. Había que poseer aspecto de criado, y éstos marcaban su jerarquía por la longitud de las patillas. No hablaban entre sí, ni fumaban, ni se sentaban en presencia de los señores, iban limpios y relucientes, jamás entregaban un objeto ni efectuaban un servicio sin los guantes blancos coloca­ dos, y medían la respetabilidad por el arco de la reverencia. Ya se ha perdido esta solemnidad del servicio, la prontitud para abrir una puerta y sostener una cortina, la gracia para presentar una bandeja, la discreción para transmitir un recado. La moderna institución del veinte por ciento para el servicio, lo ha derribado todo. Porque la Democracia consiste no en que haya un Parlamento y en comprar votos a cinco pesetas, sino en quebrar la escala de las jerarquías, y en que el criado pueda abrirnos la puerta en mangas de camisa, vernos des­ pués jugar nuestra partida de tresillo, y aun decir en un momento determina­ do, 'don Antonio, acaba usted de hacer un renuncio’. Es muy difícil que un joven de hoy pueda entender estas cosas, que son, sin embargo, esenciales pa­ ra determinar el carácter de una época. En cambio, a nadie se le ocurría tra­ tar despóticamente a los servidores, y es que entonces el despotismo no se llevaba» (24-5). Y «en la provincia estas sanas costumbres de las reuniones, establecidas en círculos cerrados que marcaban las jerarquías sociales, seguían idénticos preceptos que en la Corte, y en las más entonadas se reunía lo más distinguido, lo que por entonces se llamaba la crema. En aquella ciudad había tres casas importantes con reuniones un día a la semana en cada una (119).

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