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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 79 cuales conjeturas son también su procedimiento más socorrido para la misma historia general. Difícil sería encontrar un ejemplo más pinti­ parado de ello que el que sigue: «No cabe duda que los celtas e iberos y los arevacos, sus sucesores, tuvieron connaturalizada la idea de un Dios, a quien debían dar culto y veneración; pues como dice Cicerón {De natura deorum), no hay gente alguna tan bárbara y tan feroz que, aunque ignore cual es el Dios que debe tener, no sepa que debe tenerle. También es muy probable que la religión que profesaron en el prin­ cipio fue monoteísta, en atención a que las regiones orientales de donde vinieron los descendientes de Noé a ocupar nuestra Península después de la catástrofe del Diluvio, conservaron por más tiempo que las otras la idea de un solo Dios, omnipotente, criador (sic) y remunerador» 271. Por otra parte, el anovelamiento argumental va más allá todavía de lo que el continuado abandono a su libérrimo albedrío de esta men­ talidad podría hacernos suponer. Buena prueba de ello es el relato teji­ do en torno a la supuesta predicación del cristianismo en Sepúlveda por dos discípulos de uno de los varones apostólicos, San Segundo de Avila, por la proximidad geográfica; o de San Jeroteo, el pretendido primer obispo de Segovia, por obra y gracia de los falsos cronicones m . Y lo que en concreto resulta más anticuado de su tratamiento es que ni siquiera llega a plantearse los problemas de la despoblación y repobla- paña por los árabes, Principios de la restauración española, Primer grito de independencia en Asturias. 277. Pp. 24-5. 278. Pp. 41-6 y 67-72. Don Eulogio no se hace eco de la impugnación parcial de que la fábula burda fue ya objeto por el marqués de Mondé jar: Discurso histórico por el patronato de San Frutos (Zaragoza 1661) y Diserta­ ciones eclesiásticas por el honor de los antiguos titulares contra las ficciones modernas (Zaragoza 1671 y Lisboa 1747). Aunque al tal don Gaspar Ibáñez de Segovia le cita en otra ocasión, como veremos. Dos buenos ejemplos del tal anovelamiento los tenemos en sendas etimologías fantasiosas. Para nuestro canónigo, el río que pasa por Sepúlveda y además da nombre a un pueblo inmediato de excepcional interés arqueológico romano y visigótico, Duratón, llamóse así de un manantial de su curso, entre la villa y la aldea, «Durat fons, porque en años de gran sequía se conservaba permanente» (20). Y para la propia Sepúlveda, si bien rechaza con acierto la caprichosa derivación tradicio­ nal de las siete puertas de su muralla (aunque no por argumentos filológicos, sino en aras del histórico, por otra parte no comprobado, de haberlas sólo tenido la villa a partir del año 1013, cuando la hubo concluido de murar el conde Sancho García), en cambio propone las de «siete veces conquistada, siete veces destruida» o «siete veces convertida en polvo»!

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