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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 13 sión. Desde luego que no fue el Rodenbach de Sepulveda. Ya lo hemos comprobado al citarle al principio y percibir la hondura con que capta la transformación en torno suyo operada. Pensemos que escribía así en 1959 y que ha seguido lloviendo mucho en estos casi cuatro lustros que de la tal fecha nos separan. A pesar de lo cual ya levantaba entonces la siguiente acta de cotejo de sensibilidades, que sin salimos del lenguaje notarial podríamos decir: Estos hombres, que corresponden a un tiempo que a la juventud dehoy le parecerá inverosímil y posiblemente grotesco, ya que los llamados hu­ moristas del día han encontrado tema para hacer reír en los amarillentos retratos de sus abuelos y sus padres, representan enla evolución de las costumbres el último paso de las jerarquías sociales que habían delle­ varnos a caer en la sima de la masa, de la multitud. En nuestros días, y para las nuevas generaciones, una vida como la que en el último tercio del siglo xix se hacía en los pueblos de España les parecerá absurda y hasta ridicula. No censuro por ello a la juventud actual, que es, poco más o menos, como la de ayer y, de seguro, como la de siempre 10. E hicimos antes alusión al escaso impacto de la revolución indus­ trial en esas recoletas tierras de Sepulveda. Y no vamos a desdecirnos. Pero, sin embargo, habremos de convenir en que esa metamorfosis social que Cossío nos testifica y que nutre sus raíces en una época ante­ rior incluso a la infancia de don Eulogio, sólo en el vértigo de la técnica puede tener su causa primera. Y pensamos únicamente en cómo la hipertrofia posterior de la técnica misma, con la movilidad integral llevada consigo a todos los niveles materiales y humanos, ha sido capaz de consumar lo que ya entonces estaba inexorablemente incubado hasta dar a luz el panorama actual del mundo. Lo cual no quiere decir que no siguiera más bien predominando un tanto la herencia del pasado en aquella apartada geografía por los años de nuestro biografiado, o que el futuro se vislumbrara del todo incompatible con aquella civilización al fin y al cabo en curso, tal y como ya para Cossío llegó a ser la única realidad a esperar. Así, pa­ rangonando las dos épocas por él en vivo conocidas, nos interpreta y compendia éste: El absentismo no se había producido en España, y en los pueblos exis­ tían grandes señores, aún no extinguidos los mayorazgos, que tenían sobre 10. Confesiones, 17-8.

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