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12 ANTONIO LINAGE CONDE calles de la villa, vestidos de levita y sombrero de copa, se reunían en sus casas y sostenían el prestigio de su clase no manteniendo contacto ninguno con los advenedizos, especuladores, comerciantes y logreros, y siendo, en cambio, sumamente cordiales y hasta admitiendo familiaridad con sus colonos, que formaban verdaderas dinastías, pues labraban las tierras de los señores en sucesivas generaciones, pudiéndose formar con ellos un árbol genealógico muy dilatado, y con los criados que entraban de muchachos en la casa y morían de viejos en ella. Asimismo, eran amigos y mecenas de artistas y artesanos. No sé si era bueno o malo que las jerarquías y estamentos sociales que constituían la sociedad an­ tigua cumpliesen una función rectora: me limito a recordar tal estado de cosas. Y esta jerarquía no la daba sólo el dinero7, o, más bien, diremos que con dinero no se conseguía. El ser hidalgo, es decir, ser hijo de algo, significaba el designio y la responsabilidad del apellido; un valor histórico consolidado a través de varias generaciones, y, así, quien poseía una tradición de nobleza, aun siendo pobre, no perdía su valor jerárquico ni su categoría social. Noble, hidalgo y caballero eran tres conceptos que tenían un significado. Aún están estas tres palabras en el dicciona­ rio. Muy pronto carecerán de sentido, y si permanecen allí, llevarán la abreviatura que indica que son anticuadas o están en desuso8. Y tengamos en cuenta que la vocación y la dedicación efectivas y consumadas de la vida de Cossío al periodismo 9 no pudieron ser com­ patibles con una clausura mental en una torre de marfil ajena a las exigentes realidades de su tiempo en inexorable y continua convul- 7. A la p. 14: «Sí he de hacer notar que mi abuelo Cossío, que era un gran terrateniente en el que recaían vinculaciones, censos y propiedades afectas a sus apellidos González de Sepúlveda, Salinas y Cossío, cuando sobrevino la desamortización de Mendizábal, fiel a una tradición noble que sostuvo hasta su muerte, no aprovechó aquel acuerdo que incitaba fácilmente a la rapiña para ninguna especulación, como lo hicieron, indiferentes a las sanciones canónicas que dictaba la Iglesia, tantos aprovechados que en aquel trance iniciaron la dinastía que más tarde se ha calificado con el apelativo de nuevos ricos. Los descendientes de aquellos asaltantes de los bienes eclesiásticos, a cuyos propie­ tarios los progresistas llamaban manos muertas, y de los que podemos decir que tuvieron, para suplantarlos, manos demasiado vivas, en el curso de los años crearon una aristocracia de rastacueros, y olvidándose de la torpe improvisación de su fortuna, recibieron la absolución de la Santa Sede, y aun se erigieron en defensores de la verdad católica, sin renunciar, por supuesto, a los bienes terrenales tan abusivamente adquiridos por sus abuelos. Quizá la palabra ‘con­ servador*, que procede de los que anteriormente se llamaban 'moderados’, surge cuando, levantadas las excomuniones, los ya reconciliados con la Iglesia sienten los deseos de conservar y de que no surja otro Mendizábal contra ellos». 8. Confesiones, 15. 9. Véase J. A lt a b a l le , "El Norte de Castilla” en su marco periodístico, Madrid 1966, 149-53.

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