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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 61 tesoros escondidos en la dicha tan a capa y espada defendida bula de la Santa Cruzada: Es como un tren de grandísima velocidad, que sin salir de nuestro re­ cinto, nos lleva a explotar los ricos tesoros, a lucrar las infinitas gracias e indulgencias que generosamente se reparten y ganan en Roma, Jerusa- lén, Santo Sepulcro, Santiago y otros Santos Lugares. Es como una chispa eléctrica, que desde este valle nos pone en comunicación con los que gi­ men en el destierro del purgatorio, para anunciarles la aplicación de nuestras buenas obras y su mayor consuelo; y con los bienaventurados para implorar sus méritos e intercesión en bien nuestro o de nuestros difuntos. Es como un teléfono, por el que comunicando nuestros gemi­ dos al que tiene reasumido el poder de atar o desatar los más enormes crímenes, penetran las vibraciones de nuestro compungido corazón en su alma compasiva y contesta instantáneamente como Jesús a la penitente Magdalena: Perdonados te son tus pecados, ve en paz y no vuelvas a pe­ car. Es como un crisol, que sin ponernos al fuego de las rigurosas peni­ tencias y mortificaciones nos purifica del tizne de la culpa y de la pena. Es como un globo aerostático, que sin tocar en el inmundo lodazal del purgatorio, nos remonta al paraíso celestial159. Antes ya aludíamos a sus reminiscencias escriturarias, desde luego casi siempre de fragmentos incluidos en su liturgia cotidiana del bre­ viario o misal, como esta petrina de las completas dominicales: En todos los momentos de la vida debe el cristiano armarse del escudo poderoso de lacruz, porque nuestros enemigos andan siempre alrededor de nosotros, como el león rugiente, buscando ocasión oportuna para de­ vorarnos y hacernos perder la guerra 16°. Y estas otras del último evangelio de la misa: en tal situación apareció el Hijo de Dios vestido de nuestra carne mor­ tal, a traer la vida a la humanidad desgraciada, y esta vida era la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; [ ...] cuán grande pue­ de ser el hombre y qué pequeño se queda, porque se le dirige mal desde el principio, y superiores e inferiores caminan sin la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo 161. 159. P. 476. 160. P. 6. 161. Pp. 148 y 168.

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