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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 11 más por la inyección desamortizadora, llevara allá consigo un literal tremblement de terre. Y para reconstruir aquel ambiente, y además su impacto en las mentalidades afectadas por el cambio, contamos con el testimonio directo de Francisco de Cossío (1887-1975), periodista y novelista nacido de familia hidalga de la villa, en el mismo castillo de ella, del más patricio linaje de los González de Sepúlveda. Esa condi­ ción personal, aliada a su sensibilidad de artista, determinaron que el tal choque histórico y biográfico fuera más vitalmente acusado por ese su mismo cronista, quien en los liminares de sus memorias 6 escribía cómo «yo no tengo la vanidad de creer que he nacido en un momento culminante de la civilización y la cultura, siquiera sea evidente que en las postrimerías del siglo xix y la primera mitad del xx hemos al­ canzado una época de transición muy rápida, en la que las invenciones de la física y de la química y el perfeccionamiento de la técnica han sido tan veloces que apenas nos han dado tiempo de pensar sobre lo que estaba ocurriendo en torno a nosotros. Nuestro poeta costum­ brista Bretón de los Herreros llamó al siglo x ix el siglo del vapor y del buen tono. Posiblemente esto del buen tono lo escribió por la fuerza del consonante, mas sí podemos decir que en nuestros días el vapor ya perfeccionado es una antigualla, y que el buen tono ha des­ aparecido por completo. Quizás todos los avances de la civilización se hacen a expensas de la cultura. Si hoy ya se habla de un cerebro electrónico, quiere decirse que el hombre, de tanto haber pensado en los siglos pretéritos, echa de menos una máquina que se ocupe de pensar por él. ¿Llegará un día en que exista una máquina que nos descubra el enigma de la vida y de la muerte? Más bien pienso que se repita el mito de Pigmalión, y que las máquinas se rebelen contra la inteligencia que las creó y el hombre sea una víctima de su propio ingenio». Como dejamos dicho, había Francisco de Cossío nacido casi medio siglo después de don Eulogio y, a pesar de ello, llegado a tiempo de vivir la estampa heredada de ese antiguo régimen que en la villa no había de encontrar hasta el momento sustitutivo alguno dotado de vida propia: Yo alcancé, sin embargo, de muy niño, la época de los grandes mayo­ razgos de Sepúlveda. Aún estos señores deambulaban por la plaza y las 6. Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época, Madrid 1959, 7-8.

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