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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 53 Y tanto para la historia de las mentalidades de los hombres de su época como para la suya de levita disconforme con ella, no deja de tener interés que así se exprese, por vulgar que sea su tono, al ocu­ parse de la muy difundida blasfemia: Estremécese el corazón piadoso en estos tiempos al oír hombres («c) tan sumamente ignorantes, que hasta en sus conversaciones ordinarias mez­ clan la blasfemia con tanta tranquilidad que horroriza, y aun para sa­ ludarse, en vez de dar gracias a Dios, lo hacen injuriando brutalmente a su supremo Bienhechor. ¡Qué vergüenza para los cristianos y qué baldón e ignominia para la cultura española! Entre los judíos se castigaba con pena de muerte; entre los cristianos también se castigó con la misma pena por más de 800 años; los códigos españoles de todos los tiempos y la disciplina eclesiástica tienen sus pe­ nas establecidas contra los blasfemos públicos. La ordenanza militar tiene arresto y mordaza, etc. ¿Cómo no se cumplen estas leyes? ¿Es acaso que sea menos delito que antes? I37. Su índole y misión censoras del entorno y su incompatibilidad con algunas de las más socorridas manifestaciones mentales y sociales de éste, saltan a la vista en su tratamiento de la «ocupación» de los ocios fe stivo s138 por otra parte obligados como tales de acuerdo con su misma moral: Los pecados y las obras que a ellos conducen están prohibidos en todos los días y momentos, pero más especialmente en los días festivos porque se oponen directamente a su santificación. Así se profanan con la embria­ guez, después de la cual viene (sic) la blasfemia y las riñas; con los jue­ gos ruinosos, causa de las pendencias entre los jugadores y de discordias en el hogar doméstico. Con las conversaciones y actos deshonestos y lo que a ellas excitan (sic), como los bailes donde no se guardan las leyes del decoro, la asistencia a teatros donde se representan escenas inmora­ les, y a paseos públicos dondese reúnen las personas despreocupadas a hacer ostentación de sus galas, a insultar con sus riquezas a la miseria, a murmurar, y tal vez calumniar a las personas honradas. Con la asisten- d a a las incultas corridas de caballos y las sangrientas e inhumanas de toros y novillos tan generalizadas en nuestra patria139. hijos está la de «persuadirlos oportuna e importunamente» (180). Y aquí nos salió al paso una de esas reminiscencias escriturarias que luego le comentaremos. 137. P. 158. 138. P. 167. 139. Y continúa, insistiendo en su taurofobia: «Querer santificar una fiesta con bailes indecorosos donde se excita la lubricidad, con representaciones desho-

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