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48 ANTONIO LINAGE CONDE cuestión, en cuanto pecaban de cortos o largos; «filosóficos y eleva­ dos»; demasiado teóricos o demasiado prácticos, «dejando éstos la parte científica desprovista de definiciones y divisiones que son el fun­ damento de la ciencia»; estar en forma interrogativa, en la de diálogo, «en sentido lírico y subjetivo» o «en el plástico figurativo recargado de ejemplos», y en suma inspirados en «métodos impropios e inadecuados al desenvolvimiento de ideas deducidas de principios fijos y permanen­ tes, que es la misión de cátedra» 118, mientras que él había aspirado a que su obra fuera puramente didáctica, con arreglo a sus experiencias de clase, en idioma claro, «prescindiendo de figuras, tropos, imágenes y demás bellezas del lenguaje poético». De ahí su minuciosidad medi­ tada en distinguir entre partes, capítulos, artículos, párrafos, puntos y subdivisiones parciales, permitiendo con ello una libertad de elección para que cada profesor formara su propio programa y habiendo pen­ sado también en las pláticas dominicales de los párrocos 119. Por lo demás el orden de sus materias es «el de los catecismos adoptados generalmente en España desde la niñez» 12°, a saber, luego de unos liminares sobre el fin del hombre y la índole específica del cristianismo dentro de lasdemásreligiones, el dogma (la fe; Dios y su iglesia; la oración y el culto) y lamoral, perosiendoexpuestas la teología de la gracia y los sacramentos antes de los actos humanos, los pecados y las virtudes (seguidos de los dones del Espíritu Santo, las bienaven­ turanzas y la doctrina del alma), y concluyéndose con sendas digre­ siones apologéticas en torno a las indulgencias y la bula española de la Santa Cruzada. La preocupación esencial de su mentalidad eclesiástica salta a la vista y, desde luego, radica en el impacto coetáneo en el sentimiento religioso del progreso y la transformación técnica del mundo, aunque su postura frente al fenómeno, y ello es significativo, no sea esencial­ mente negativa 121. 118. P. xix. 119. P. xx. 120. P. xxi. 121. El tema merecería ser estudiado con acopio de textos para la Iglesia coetánea en España y fuera, pero cuidándose «muy mucho» del peligro de ex­ trapolar. Sólo ahora se mira entre nosotros con seriedad erudita a la tal época. Así, J. M. C uenca T oribio , El pontificado pamplonés de don Pedro Cirilo Uriz y Labayru (1862-1870). Contribución a su estudio, en Hispania sacra 22 (1969) 129-285 y J. F ernández C onde , La diócesis de Oviedo durante la revolución liberal, en Studium Ovetense 1 (1973) 89-133.

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