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UN CANONIGO SEPULVEDANO DE LEON 31 En definitiva, una manifestación, pues, de la índole viva y viviente del estilo, por otra parte en plena armonía con el de todo el interior, en el cual hasta el trompe l’oeil echa su cuarto a espadas. Y desde luego que la tal iglesia, con la del propio convento de Sor Patrocinio, era uno de los nombres evocadores de la atmósfera de la ciudad: «Hay un sonar a todas horas las campanas del Carmen, de San Nicolás, de las Bernardas», que mucho después todavía podría escribir otro cronista 62. Y brindar esta pintura musical a un novelista encariñado con sugeo­ grafía: «Penetramos en el amplio templo, desierto a la sazón. Lo for­ man una gran nave central y capillas laterales de blancas pilastras mol­ duradas. El altar mayor ostenta un profuso retablo de un barroquismo notable, con cuatro hermosas columnas salomónicas coronadas por sus correspondientes ángeles turiferarios. Sobre las capillas se veían balcon­ cillos con celosías y en el coro levantaba su trompetería metálica el aparatoso continente de un órgano magistral. Tenía la iglesia tal am­ biente dieciochesco que a mí me parecía que, de un momento a otro, aquel templo iba a llenarse de galanes que fueran a los cultos vistiendo casacas de seda con chorreras y bocamangas de encaje, peluquines de lazo negro en el anudado coletín, calzón corto, espadín y zapatos de argentada hebilla, acompañando a empolvadas damas de corpiño estre­ cho, en ángulo inverosímil sobre el pomposo guardainfante... Acaso un abate italiano iba a salir de la espaciosa sacristía, llena de espejos y molduras doradas; de ventrudas cómodas repletas de casullas, sobre­ pellices y roquetes planchados en innumerables plieguecillos; para sen­ tarse ante el órgano donde, después de carraspear un poco y de tomar rapé de una preciosa tabaquera de laca oriental, pulsaría las gastadas y amarillas teclas, dando paso a unos arpegios de Perossi o Pales- trina. . . » » 63. Aquel cronista, refiriéndose a unos días mucho más cercanos que los de don Eulogio a los nuestros en el tiempo pero más próximos a los del mismo en el clima vital, ha podido levantar acta poco ha de cómo «de aquella ciudad pequeña y cálida que era Guadalajara, cincuenta años más tarde sólo queda algún que otro desvaído recuerdo». En cambio, en la que el novelista que citábamos nos ha evocado, en El amor en el Infantado de Eufrasio Alcázar Anguita, sí quedaba todavía, unida aún a ella por la misma civilización tradicional, herida de muerte 62. A . H errera C asado , prólogo a la novela de Eufrasio A lcázar A n ­ g u ita , El amor en el Infantado, Madrid 1973, 7. 63. Id., o . c ., 65-66. Notemos el anacronismo de la referencia a Perossi.

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