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496 D. CASTILLO CABALLERO Durante el alumbramiento, el marido permanecía en la casa comu­ nal o seguía en sus tareas normales. Todo este «affaire» era considerado como asunto femenino, para el que no se requería la ayuda ni la pre­ sencia del marido. Antes bien, lo tenía prohibido. Según la tradición antigua barí, caso de que el marido viese nacer a su hijo, automáticamente experimentaría aquél una dificultad especial en la garganta que le imposibilitaría para poder cantar posteriormente. Según los ritos preceptuados, la noticia del nacimiento se la comu­ nicaba su cuñada; a no ser que tuviese una segunda mujer, en cuyo caso era ésta la encargada oficialmente de realizarlo. Si era niño, el nuevo papá se alegraba con la noticia; no así si era niña. Durante algún tiempo le estaba prohibido al papá tomar en brazos a su hijo, a quien contemplaba desde el chinchorro de arriba, desde donde lo miraba con cariño. Se interesaba por él mediante otra persona de su familia. Transcurrido este tiempo — que oscilaba entre cinco días a varios meses, según insisten nuestros informadores— , lo recibía en sus manos y lo depositaba en el chinchorro, en señal de reconocimiento oficial de su paternidad. Si tenía segunda mujer, ésta era quien se lo entregaba 102. pista alguna que garantizase dicha interpretación o alguna otra, por interesante que se nos ofreciera. «En Ganda se guarda cuidadosamente la placenta del rey durante toda la vida, así como su cordón umbilical... La misma concepción fun­ damental vale también para el hombre normal, no culo para el rey. Piensan que, al nacer, la placenta es un segundo niño con su propia alma, y la llaman ge­ melo del niño...» (G . W id e n g r e n , Fenomenología de la religión, Madrid 1976, 404). Podríamos hacer también nosotros unas aplicaciones «fantásticas» del fe­ nómeno que constatamos. Pensamos, sin embargo, que no hay suficiente fun­ damento para emitir suposiciones improcedentes. Tampoco vemos justificado lo que el mismo A. de Villamañán indica, a continuación, sobre algunos detalles relacionados con el alumbramiento: «La hemorragia la corta el marido, aplicando tabaco consagrado a los basunchimba. Una vez terminado el parto, se canta para que oigan los basunchimba y protejan al reción nacido» (a. c., 13). El papá, como hemos indicado, no asiste al parto de su mujer. Ni nuestros informadores recuerdan se hiciesen ritos o cánticos especiales con tal motivo. Y menos a los basunchimba o muertos. No obstante, sobre el significado e importancia de los basunchimba en la tradición barí, ha­ blaremos más tarde. 102. Es interesante subrayar la aparente falta de lógica interna que se ma­ nifiesta en la tradición barí en torno a la participación de los hombres en el nacimiento de los niños. Mientras es requerido el hermano del marido, se prohí­ be a éste asistir al parto de su propia mujer. Sin embargo, tal ilogicidad es meramente aparente; se comprende si consideramos la importancia que dicha tradición barí ofrece a los cuñados, como luego veremos. La ausencia del ma­ rido y ciertos concomitantes posteriores al nacimiento nos hizo pensar, en un primer momento, si no nos hallaríamos ante sistemas ocultamente camuflados de «couvade» — covada— , costumbre muy extendida entre los indígenas sudame­ ricanos y en otras culturas primitivas y aún desarrolladas... Sin embargo, por

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