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LOS BARÍ 647 Marchó con la niña por el aire y allí, en su casa — «donde sale el sol»— es debidamente atendido; se baña en un agua especial y recobra su salud. Desde entonces, Dababosá no vuelve más a ocuparse de su misión y los barí, como atestiguan los relatos, ya no fueron atendidos por él. De ahí explican la situación actual: las normas que observan los barí en todo lo referente al embarazo, al parto de las mujeres, creci­ miento de los niños..., como, también, la aplicación terapéutica del tabaco. Si los jóvenes barí no se hubiesen comportado de forma tan indigna con él, Dababosá les hubiese seguido adoctrinando en todo lo referente al misterio de la vida; las mujeres no sufrirían durante su embarazo, y parto; los niños crecerían guapos y pronto y los papás sabrían todo lo referente a las curaciones, como aquel maestro les enseñó. Este es el esquema fundamental de los relatos sobre Dababosá. Cada narrador lo adorna, luego, según su peculiar fantasía y situación. ¿Qué intencionalidad profunda, «religiosa» nos revela? Antes de nada, conviene dejar bien claro que, a pesar del misterio particular en que se presenta este personaje, no es Sabaséba, sino su delegado. En todos los relatos y comentarios que hemos recogido de los ancianos aparece evidente que es Sabaséba quien le encomienda dicha misión con todos los pormenores. Es un personaje que aparece siempre al servicio de una misión que le viene dada por Sabaséba: « ¡C u id a de las mujeres barí embarazadas, y de sus niñitos; enseña a los papás los secretos de la sangre, del tabaco y de los schumbrába. Sabiendo estos secretos, los barí se curarán después!». También es Sabaséba quien, después del contratiempo ocurrido a Dababosá con los jóvenes barí, le aconseja: «Tú les has hecho bien. ¿Por qué te flecharon? No los visites más». Sabemos, por otra parte, que entre los barí existía la costumbre de atender a la mujer durante sus menstruaciones con algunos ritos de separación y atención, traducidas, también, en ciertos tabús, particular­ mente de alimentación. Igualmente, existía la costumbre, ya analizada en la parte anterior de nuestro estudio, del rito de madurez para los jóvenes de ambos sexos: imposición de nombre, junto a la entrega del «tarikbá» y la «dukdúra». Con ello se significaba el reconocimiento oficial de dichas personas como miembros efectivos de pleno derecho a integrarse en la vida del grupo; se les consideraba «otros hombres», con «modos de ser distintos» a lo que representaban hasta entonces.

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