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LOS BARÍ 629 Pero el relato viene, luego, adornado con las cualidades imaginati vas de cada narrador, teniendo en cuenta, también, la tradición barí. Cada anciano que relata este mito procura situar las respuestas no sólo de los orígenes en general de estos grupos humanos distintos del grupo étnico barí y de los animales, sino precisando, además, el origen de sus características principales y de sus distintas funciones. Los barí, en este mito, siguen manifestando sus dotes privilegiadas de observa dores profundos. que los relatos, siendo fieles al mensaje central, se actualizaban según las dis tintas circunstancias. Las diferencias que se aprecian en los distintos relatos se refieren, más bien, a ciertos detalles sobre la forma de la casita-pasadizo, la indicación concreta de los palos, sin afectar en nada a lo esencial de la narración. Conviene, no obstante, precisar sobre algunos de estos detalles que pudie ran afectar al mismo mito y sobre los que, creemos, se ha escrito un tanto alegremente sin comprender la intencionalidad de aquél. El pequeñito al que se hace referencia en el relato no era hijo de Sabaséba, como escribe A . de V i llamañán, Cosmoviúón..., 6 . Ni mucho menos la narración puede encajar ciertos detalles, como el que dicho autor indica al llegar Sabaseba del conuco. Sería no tener en cuenta la importancia que dicho personaje adquiere en la cultura barí (6-7). Por lo que se refiere al nombre de la viejecita, R. Jaulin no duda en afirmar: «El crimen de los hombres-tierra corresponde al asesinato de la madre de Orugdo, Oséshibabio, cometido por el propio Orugdo» (La paz blanca. Introducción al etnocidio, Buenos Aires 1973, 68). En nuestras in formaciones nunca apareció el nombre exacto ni de la viejecita ni del niño ni del que esparció la ceniza. Creemos que esta forma no concreta de los nom bres corresponde más al primitivismo de la narración. A . de Villamañán es cribe también sobre este mismo punto: «En cierta ocasión una viuda (siba- bió) llamada Oséndou tenía un niño hijo suyo, que se le murió desnucado y se lo comió. Paseando por el monte le cayó el árbol encima y la mató. Cuando quemaron el monte la mujer también se quemó. Entonces pasó por allí Urundóu y comenzó a esparcir las cenizas de la mujer a puñados y así de la ceniza fue saliendo la otra gente y los animales» (Misión y antropología. Origen de los hombres y cosas del otro mundo según la tradición de los motilones barí, en Ven.Mis. 31 (1969) 270). Creemos que el sentido del mito queda desvirtuado en esta narración. Mucho más todavía queda desvirtuado en lo que el mismo autor indica sobre el origen de otra gente distinta a los barí. «Otra gente nació de la ceniza de una vieja, quemada en el monte. Sanshídou, Moashí y Dabaddó salieron de animales. Del cuerpo de un dabaddó muerto salieronla pas y picures...» ( Misión y antropología. El mundo según los motilones, en Ven.Mis. 31 (1969) 330). En cuanto a la intencionalidad de este relato, tan característico, y que mar có toda una tradición histórica en la cultura barí, hemos de indicar que se pretende hacer resaltar, en primer lugar, la superioridadde su etnia sobre todo el resto del mundo por ellos conocido. Descubrimos, también, una posi ble condena de la actitud comunitaria de la «Sibabió»: no supo ocupar el rol — su misión— dentro del grupo familiar al que pertenecía. Produjo con su comportamiento una desintegración familiar, tan aborrecida por la forma de ser de este pueblo.
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