PS_NyG_1980v027n003p0413_0708

LOS BARÍ 627 1.4. Otros grupos étnicos, personajes especiales y animales E l pueblo barí ha sido siempre un grupo humano con clara con­ ciencia de sus valores étnicos. Pero fue el contacto con otros pueblos diferentes y animales de su selva, junto a los que tenían aquéllos, quien les provocó la pregunta sobre el origen de todo lo que se presentaba distinto a ellos y a sus cosas. ¿Cómo es posible que existan otras gen­ tes distintas a ellos, y animales, si no fuera porque, al principio, ocurrió algo que nos cuentan los ancianos y, gracias a lo cual, se dieron y se siguen dando otras personas y animales? Desde antiguo, la tradición barí ha acudido a plasmar, simbólica­ mente, sus preocupaciones existenciales respecto a este problema en uno de los mitos más ricos en detalles y descripciones psicológicas de cuan­ tos conocemos de su cultura. Nuestros informadores lo relatan con ver­ dadero interés y con todos los pormenores que su tradición propor­ ciona y que, a su vez, cada uno de los ancianos adorna según la propia imaginación. Es uno de los mitos que contiene perfiles más diferen­ ciados y que ha impregnado profundamente toda la cultura barí. Lo llaman relato de la «Sibabió» (viejecita barí). Sus ancianos se recrean con sumo gusto al narrarlo, y la comunidad barí les escucha con mucha atención. Teniendo en cuenta los matices de las distintas tradiciones que se ofrecen en las diferentes narraciones, podemos sintetizar su relato de la siguiente forma: «En tiempos antiguos, cuando sólo existían los barí y tenían sus casas comunales y sus conucos, como cuentan los ancianos, un matrimonio en­ cargó a la abuelita (vieja-«Sibabió») cuidase de los nietecitos, mientras ellos iban a cultivar el conuco, que se hallaba algo lejos del bohío. Mien­ tras los papas estaban trabajando, la viejecita se dirigió al mayorcito de sus nietos con malas intenciones de la siguiente manera: "Ven, acércate aquí, que voy a despiojarte” . Pero el niño no quiso acudir y huyó. En­ tonces, la viejecita se acercó al más pequeñito y, cuando nadie la veía en el bohío, le retorció el cuello desnucándolo y lo mató. Luego, cortó leña, preparó el fogón y partió al niñito en pedacitos, lo asó y lo fue comiendo poco a poco, guardando el resto de su carne, ahumada, en una cestita. Cuando ya faltaba poquito para terminarse, al atardecer de un buen día, llegaron los papás. Lo primero que hicieron fue preguntar por su hijito. Y la abuelita les dijo: "E l niño ha desaparecido” . Como llega­ ban cansados y con hambre, la viejecita les ofreció de la carne, bien pre- paradita, que todavía había en la canasta. Pero el papá se dio cuenta

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz