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Aludíamos antes a la irreductibilidad del hecho religioso a cualquier otro fenómeno humano. A l mismo tiempo, apuntábamos la dificultad con la que el hombre se encuentra al pretender definirlo. Y es que, la condición trascendente del término hacia el que se dirige en su experiencia religiosa, sitúa al hombre ante la imposibilidad de acer­ carse a él de modo directo e inmediato. Lo sagrado, considerado como el ámbito en el que se hace presente el misterio, necesita, en virtud de la trascendencia de éste, mostrarse en mediaciones objetivas — hiero- fanías— para que pueda ser percibido por el hombre religioso. Pero, a la vez, el hombre que ha llegado a tomar contacto con lo sagrado a través de aquéllas, necesita también expresar su actitud religiosa ante el misterio a través de mediaciones subjetivas en las que vierte su consiguiente respuesta ante aquél. Entre ellas, el mito es una de las más importantes. En él, el hombre religioso manifiesta su vivencia ante el misterio y remite hacia ese otro mundo totalmente distinto de forma muy significativa. Después de haber sido superados los prejuicios racionalistas y posi­ tivistas del siglo x ix y mediados del x x en la consideración del mito, la Fenomenología religiosa ha recuperado para él la estima que merece. E l mito se considera hoy como una forma de saber especial, como un modo particular de expresión racional intuitiva de la actitud religiosa de un pueblo y en íntima conexión con el mundo de lo religioso, espe­ cialmente en las culturas primitivas. E l lenguaje mítico, si bien es preciso reconocerlo como realidad cultural muy compleja, ha sido reha­ bilitado como forma perfectamente válida para revelarse el misterio y como respuesta mediadora entre el hombre y el mundo de lo sagrado. Es lo que justifica nuestro acercamiento intelectual a la religiosidad del pueblo barí mediante el estudio de sus mitos, tal como ellos los relatan en sus tradiciones. En estos relatos mitológicos encontramos una reve

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