PS_NyG_1980v027n003p0413_0708

564 D. CASTILLO CABALLERO E l otro procedimiento era más sencillo y el más generalizado: una vez en la selva, guindaban el chinchorro sobre un árbol y así lo dejaban, sin enterrarlo. Los zamuros negros se encargaban de devorar lo más rápidamente posible su carne. Cuando, pasado algún tiempo del último contacto definitivo, los misioneros les preguntaban por algunas personas que llegaron a conocer y habían desaparecido, la respuesta que daban se hizo proverbial: «Bag- chíba mimí», «zamuro mimí» (zamuro com ió)169. Pero más que examinar las simples formas de enterramiento emplea­ das por ellos nos interesaba acercarnos a los posibles ritos que con tal motivo pudiesen hacer. Efectivamente, nuestros informadores, par­ ticularmente A lirio Okiáno, nos ofrecen detalles interesantes al respec­ to. Antes de amarrar el chinchorro, o de envolver el cadáver en hojas de bijao, según los distintos métodos empleados, le ponían tabaco («Ro») y ají («Loré») en los oídos, boca, nariz y sobacos. En el recto, en cambio, le introducían un trocito de tallo de turiana, llamado «Aschí» l70. Todo ello en silencio, sin pronunciar cántico o ensalmo alguno. ¿Qué intención podían llevar estos ritos? Nos encontramos aquí ante un fenómeno muy significativo de sus creencias religiosas, que, más tarde analizaremos con más detalle. Por el momento, baste precisar algo que nos interesa para nuestro propósito. Los barí, grandes observadores de los fenómenos de la naturaleza, creían que el espíritu («Bosobokú») se manifestaba como aliento, res­ piración. E l momento de la muerte lo consideraban como la huida del espíritu de su cuerpo. Y pensaban que era por los sitios por los que se manifestaba su inhalación por donde desaparecía. Con el objeto de defenderse de posibles maleficios provocados por los espíritus de los difuntos, colocaban estas defensas mágicas por donde podían entrar de 169. Constatan nuestros informadores la dificultad que tenían en hacer sepulturas profundas para enterrar a sus muertos con instrumentos tan rudi­ mentarios. Lo que explicaba la forma de enterramiento que hacían. Por otra parte, esta segunda forma de enterrar, facilitaba al zamuro el trasladar la carne del barí muerto a la otra vida, para rejuvenecerla, vomitando desde arriba la vieja. Creemos que esto explicaría también el respeto que los barí muestran al zamuro blanco, a quien no acostumbran matar. 170. El descubrir este detalle y confirmarlo ha supuesto un laborioso tra­ bajo. Villamañán nos había insinuado la posibilidad de la existencia de este rito. Repetidas veces pregunté por las costumbres funerarias entre los antiguos. Nunca aparecía este detalle, hasta que, con muchos reparos, nos lo atestigua­ ron cuando ya había obtenido su plena confianza. Otros llamaban a este tallo de turiana contra posibles maleficios «A chila».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz