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L O S B A R Í 541 se sentía receptora particular de las tradiciones tribales, iniciando, así, a los niños y jóvenes en dichos relatos. Los jóvenes, según nos cuentan, comenzaban, a veces, la pregunta sobre algún acontecimiento antiguo o sobre alguna cuestión particular que les preocupaba. Correspondía esta forma al proceso seguido en toda tradición oral. Esto daba pie a los ancianos para iniciar de nuevo su narración y ofrecer algún detalle que, quizá, había quedado sin rela­ tar y se consideraba interesante en aquel momento. Esto mismo ofrecía la oportunidad para presentar no sólo nuevos detalles, sino hasta nue­ vos relatos de sus tradiciones. Las horas más apropiadas para narrar estas tradiciones eran las de las comidas. Particularmente lo hacían durante la comida de la mañana, hasta que salían al trabajo. Si es cierto que el barí jamás fue esclavo del tiempo, en tales ocasiones éste contaba mucho menos para ellos. Empleaban muchas horas en oír estas narraciones. Asebo, hijo del ya mencionado jefe Abokíndóuchimbá, recuerda cómo su papá se pasaba largos ratos contándoles estas historias antiguas alrededor del fo­ gón familiar. Aún hoy día se reúnen con cierta frecuencia, algunos más interesados, para oír narrar dichas historias tribales, de boca de algunos ancianos, con cierto interés y satisfacción. Existe en estas tradiciones orales un contenido fundamental que obedece a centros de interés comunitario y que se conserva y se trans­ mite con fidelidad por los ancianos. Pero junto a este núcleo-base de tradición común, que se repetía y transmitía de forma más o menos fija aun en los pormenores que se referían al mensaje esencial de la narración, se aprecia una gran amplitud de imaginación creadora en el relator. Se pretendía permanecer fieles a la tradición común recibida de sus antiguos, tal como provenía de los Saimadoyi, pero reelaborada según la imaginación de cada uno, teniendo en cuenta su «Sitz im Leben»: sus ideas, sus preocupaciones particulares, el modo mismo de entender la tradición que posee en su memoria y la situación concreta del grupo para el que relataba. Cada narrador adornaba el relato a su gusto con discursos literarios apropiados a la situación concreta. Por lo que pudimos apreciar, no existían unidades fijas que se repi­ tiesen exclusivamente y con precisión mnemotécnica, sin conexión con otros focos de interés, sino que se entretejían entre sí. Los relatos no se hacían de forma continua, sino que se entremezclaban según iban apareciendo al narrador recuerdos interesantes que se relacionaban con

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