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5 3 4 D . C A S T IL L O C A B A L L E R O Su vestido era fundamentalmente funcional. No es preciso buscar, como a veces ocurre, razones de tipo mágico para explicar el uso del vestido entre ellos; ni acudir al sentido del pudor, tal como lo enten­ demos en nuestra civilización occidental, que surge posteriormente en ellos. También en este asunto cultural se acude a Sabaséba, quien fue el que enseñó a Nunschundóu la forma de vestir y algunos preceptos al respecto, transmitiéndolos éste a los Saimadoyi, de quienes lo han recibido los barí actuales. Por lo que toca al peinado, ya hemos aludido antes a este tema. La costumbre era raparse la cabeza de forma especial con machetes u otros instrumentos cortantes. Los hombres solían, a veces, usar una cintita de palma fina, llamada «Okbái», para sostenerlo hacia arriba, en forma de moño empinado. No era signo alguno de autoridad entre ellos, como se ha escrito W3. Era tradicional también entre ellos despiojarse mutuamente y co­ merse los piojos («Ku») los unos de los otros. Las mamás eran las encargadas de despiojar a los niñitos al sol, aunque con frecuencia lo hacían las abuelitas 144. No usaban calzado alguno. Las plantas de los pies callosas eran su mejor defensa contra la dureza del suelo de la selva. Respecto a los adornos, el barí era sumamente sobrio. No existía entre ellos —ni en los hombres ni en las mujeres—, deformaciones o mutilaciones decorativas o mágicas, como es frecuente en otras tribus primitivas. Por el contrario, era muy típico en ellos —hombres y mu­ jeres— depilarse las cejas, las pestañas y el resto del cuerpo, por completo, con cera de abejas silvestres. Era una especie de resina o brea que actuaba de pinzas depiladoras («Machibaké»). Las mujeres depilaban a los maridos y a los niños. Existían diversas formas de rea­ lizarlo. La más común era la de tumbarse en esterillas dentro del bohío o en el simple terreno en el monte. La depilación, como puede figurarse, producía dolor, al que ya se habían acostumbrado. Las motivaciones 143. Cf. A . de A l c a c e r , L os barí..., 49. 144. Aun hoy día, los ancianos conservan esta costumbre. Mientras reco­ gíamos nuestras informaciones, pudimos observar cómo Akairagdóu despiojaba a una niñita, comiéndose, a su vez, los piojos. Hecho que ya llamó la aten­ ción en algunos más jóvenes, indicándole mi presencia; lo que produjo cierta hilaridad en el grupo, tan pronto se percató del hecho.

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