PS_NyG_1980v027n003p0413_0708

L O S B A R Í 5 2 7 o cordeles. Estaba en contra de lo que aconsejó Sabaséba a los Sai- madoyi131. En realidad, les hace perder el sentido de lucha y de deporte con el que se dedicaban a la pesca. Terminada la pesca, se preparaba con­ venientemente el pescado adquirido, limpiándolo debidamente, dejando los intestinos y demás elementos no aprovechables a la orilla del río, se colocaban los peces en las canastas, o envueltos en hojas de bijao, amarrados con bejucos y las mujeres y niños eran los encargados de llevarlo a casa. Terminada la pesca, si hubiese sido abundante, sobre todo durante el verano, cuando los ríos estaban más bajos que de costumbre, se organizaban las famosas carreras competitivas (« Dunkú »). En ellas con­ currían todos los miembros varones del bohío y, a veces, hasta los de los bohíos vecinos, a quienes se invitaba. Había un encargado oficial de organizarías, llamado «Iddónamái» o jefe de carreras. Se organizaban de la siguiente forma. Después de finalizada la pesca, las mujeres y niñas recogían el pescado, junto con el equipo de pesca de sus respectivos maridos y papás, saliendo delante hacia el bohío. Mientras tanto, los participantes en la competición se daban masajes con agua y tabaco en los brazos y en las piernas, al mismo tiempo que proferían estas o semejantes palabras: «Schú, schú... Akokbá aitétété...» «Corre, corre mucho, camina rápido...». Lo hacían repetidas veces. El encargado de la competición iba señalando a todos el puesto que a cada cual le pertenecía en la fila indicada, que se forma por cierto orden muy razonable: primero, los ancianos, luego los que se encon­ traban algo impedidos, después los niños y, a continuación, los jóvenes, dejando para el final a los ganadores de carreras anteriores y que se preveían como favoritos de nuevo. En intervalos señalados por el «Iddónamái», iban saliendo, periódi­ camente, los participantes, que procuraban gritar con fuerza hacia ade­ lante para inquietar y turbar los nervios a los que les precedían. 131. En alguna ocasión en que les acompañamos a la pesca, vimos cómo alguno de los jóvenes empleaban redes adquiridas en Maracaibo. Pudimos apre­ ciar el desagrado producido en los «ancianos». No estaba de acuerdo con la tradición — nos confesaron— . Sabaséba no mandó hacerlo así. Por otra parte, se le hacía perder a la pesca el sentido de lucha, de deporte y de aventura que comportaba su laboriosa preparación y realización.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz