PS_NyG_1980v027n002p0349_0357

LA HUMANIDAD DE CRISTO EN. 355 ¿Cuál era la duración de las visiones? Si son imaginarias, pasan con la presteza de un rayo (Relación IV, 1); si son intelectuales, suelen durar más tiempo: una hora, un día y a veces más de un año (Vida 38 , 3 ; Moradas VI, 8). 4 . En cuanto al proceso de las visiones, empiezan «estando el alma descuidada» (Moradas VI, 8) y en oración (Vida 40 , 9 ). Se desarrollan en los primeros tiempos con un gran temor y respeto por seres huma­ nos el contacto con lo sobrenatural. En sus últimos años se realizan con una gran paz y familiaridad por parte de la santa (Relación 6.a, 1- 3 - 5 - 6 ). Finalmente, acaban dejando a la santa con gran paz, fortaleza y aumento de las virtudes (Moradas VII, 2 , 3 ). 5 . Objeto o contenido de las visiones de santa Teresa. En sus experiencias místicas, santa Teresa ve, con visión imaginaria o intelectual distintas realidades sobrenaturales: La santísima Trinidad, la Virgen, san José, ángeles buenos, demonios, difuntos, personas que vivían, grandes secretos. Dentro del contenido general de las visiones teresianas, y de forma muy destacada, aparece la humanidad de Cristo. El contenido de esta visión puede ser presentado en tres partes: a) Ve a Cristo con su humanidad paciente o gloriosa. Cristo resu­ cita con la misma humanidad que tuvo en los días de su vida histó­ rica, pero glorificada y así es como se le muestra frecuentemente a santa Teresa. Aunque algunas veces, muy pocas, se le muestra en estado paciente: «Muéstrale (al alma) claramente su santísima humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo o después de resucitado» (Moradas VI, 9 , 2 - 3 ). Y este Cristo glorioso, objeto principal de sus visiones se le mues­ tra, con gran majestad y gloria, con resplandor, hermosura, blancura. b) Actitud de Cristo: ¿estático, dinámico, airado, afable? La santa se aterra de pensar que alguna vez pueda ver el rostro del Señor airado, pero nunca encontramos un texto en que diga haberlo visto así. Siempre lo ve lleno de afabilidad y ternura, y con el movimiento de un ser real, no como simple estatua. Cristo le habla, le anima y consuela: «Había una vez estado más de una hora mostrándome el Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz