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A VUE LTA S CON LA E SCA TO LOG IA CR ISTIAN A 333 día. Afirmación muy conforme con la supuesta antropología semítica, que no entendería de separación entre el cuerpo y el alma. La comu nicación con el amor de Dios se cifra en una llamada a la persona que es el hombre entero, cuerpo y alma. La polémica Ratzinger-Greshake/Lohfink resume las posiciones de la teología católica. El intento es hacer una teología coherente del acon tecimiento de salvación en Cristo y su cumplimiento escatológico. La dialéctica de tiempos, entre el «ya» de la «anticipación» divina y el «todavía no» abierto a la actuación humana como mediación para rela cionar el futuro intrahistórico y el futuro absoluto, exasperan en extre mo los roces entre imaginación mitificante y razonamiento purificador en la teología. No se discute el objeto unitario de la esperanza cristiana centrado en una plenitud definitiva que atañe al hombre en todas sus dimensiones, sino el contenido real de la «diastasis» escatológica: «in mortalidad del alma (en la muerte) —resurrección del cuerpo (al fin de la historia». Greshake y Lohfink piensan que el cuerpo del hom bre —y con él la historia y el mundo— no son suprimidos en la muerte^, sino que llegan a su plenitud a través de la consumación de cada indi viduo, de modo que la resurrección de la carne (que se sitúa al final de la historia como símbolo de la totalidad humana) tiene su verificación real en y con la muerte individual. Ratzinger piensa que la tradición y la lógica exigen de consuno que la resurreción no suceda en la muerte. La relativa inmediatez entre la muerte y resurrección de Cristo ha de ser semejanza y diferencia al mismo tiempo para los demás cristianos (sin olvidar el privilegio de María). Parece lógico que cada hombre que muere no pueda ser consumado mientras la historia continúe. Aun que la historia concluye provisionalmente para él, no pierde la relación con la misma, ya que la trama de la relacionalidad humana pertenece a su integridad personal. Y es el alma, al permanecer inmortal, la que garantiza la identidad personal del hombre, cuya perfección definitiva está aún pendiente. Los problemas que aquí se entrelazan pueden reducirse a dos: el empleo de categorías temporales para el ser después de la muerte y la interrelación de materia y espíritu en el hombre consumado y, con ello, también en la nueva creación. Hay que evitar extremismos: ni se pue den idear reducciones que destruyan el contenido de la esperanza, ni dejarse aprisionar por «representaciones imaginativas y arbitrarias» que dificulten inútilmente la credibilidad de la doctrina cristiana.
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