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330 BERNARDINO DE ARMELLADA Si se considera conquista de la antropolgía actual la unidad radical del hombre, no puede entenderse como si el cristianismo hubiera su­ cumbido a la dualidad platónica. Desde el primer momento de su refle­ xión teológica entendió la unidad del hombre rebasando la ruptura natural de la muerte en la identidad de vida personal aquí y en el más allá. III 1 . En la problemática de la muerte en el pensamiento contempo­ ráneo, J. L. Ruiz de la Peña quiso mostrar el panorama —no sé si profundo o superficial— de lo publicitario. En la quiebra de la idea de inmortalidad (incluso permaneciendo, según estadísticas, la creencia en Dios) influiría según Feuerbach la superación del dualismo «alma y cuerpo», que habría sido una piadosa coartada para todos los evasionismos, haciendo triunfar el interés prag­ mático por no desarraigar al hombre de su entorno, devaluando la muer­ te al mismo tiempo que al individuo. Para M. Scheler esta pérdida de problematicidad sería un deterioro de lo humano y la denuncia de una sociedad estandardizada que no tematiza su propia muerte. Aparecen en el siglo xx los análisis apesadumbrados del existen- cialismo que difícilmente hacen surgir la esperanza a fuerza de colar el ser humano. Heidegger verá en la muerte un modo de ser (ser-para- la-muerte), que cobra sentido al ser vivida como acto libre. Según Sartre la muerte desvela el absurdo de toda espera y hace de la vida una «pasión inútil», en que la libertad ilimitada se muestra como el único valor positivo. El marxismo clásico quería seguir mostrando desdén ante el tema de la muerte individual, afirmando con firmeza poco convincente la in­ mortalidad de la especie. El hombre, en pura ciencia, tendría que conso­ larse con el dato desnudo ( ¡desnudo de humanidad!): vivir es morir y morir es un hecho biológico que hay que despojar de esa problemati­ cidad con que lo ha revestido una sociedad alienada por el capitalismo. Pero otro marxismo (el que se ha llamado de rostro humano) vuelve a la sinceridad reconociendo que para el hombre, en la circunscripción de su historia mundana, la muerte constituye una tragedia absoluta, es la pérdida de algo irrepetible y radicalmente amable. Querer ignorar la muerte como problema es desconocer el valor de la vida. Bloch explotará motivos de neta inspiración bíblica para posibilitar un lejano

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