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336 BERNARDINO DE ARMELLADA moniado por los apóstoles como fundamento de la credibilidad de Je­ sús y como ejemplar de la resurrección de todos los hombres. Esa re­ surrección del cuerpo es la que escandalizó a los atenienses, que, por otra parte, entendían lo que significaba la simple inmortalidad del alma. Los SS. Padres harán notar la oposición pagana y gnóstica a la resurrec­ ción de la carne, y el modo cómo ridiculizan el supuesto suceso futuro, exagerando la identidad del cuerpo muerto y el resucitado. Es preciso partir de lo singular del misterio cuya realización no está condicionada a las leyes físicas sino al poder de Dios, para no cerrarse en visiones científicas a las que se quiere hacer norma para el dogma cristiano. En concreto, es hoy el idealismo nórdico el que está influ­ yendo en la teología escatológica con una concepción del hombre como «espíritu en el mundo», como si lo esencial del hombre fuera sólo la conciencia. Por otra parte, la intervención milagrosa de Dios choca con la mentalidad positivista de una historia cerrada sobre sí misma. Y precisamente en esa trascendencia se funda la posibilidad de salva­ ción del hombre, para no quedar reducido a los límites inhóspitos de su ser y de su historia. La verdad total del hombre penetra en el mis­ terio y a través de él llega Cristo para irlo desvelando y llevar a los hombres —en cuerpo y alma— a la plenitud de la vida divina. 4 . El tema de la «vida eterna» quiso tratarlo M. Gelabert en sin­ tonía unamuniana. La descripción que Miguel de Unamuno hace de la vida inmortal como acción y conquista permanente, como presencia eminente del tiempo en la eternidad, como aspiración interminable en una verdad poseída y siempre nueva, no contradice al pensamiento cris­ tiano y puede resultar sugestiva para presentarla al hombre de hoy. Demasiado poco para una teología del «cielo», que no fue el fuerte de la Semana. 5 . Me pareció tremenda la serenidad con que G. Martínez presentó El misterio de la condenación eterna. La crisis de credibilidad de la doctrina tradicional sobre el infierno podría tener como causas: la terminología empleada, la cosmovisión sub­ yacente, la mentalidad evolucionista que no encaja el tema, la presen­ tación excesivamente individualista del mismo con un concepto de pe­ cado y de castigo en que no parece haber sitio para la responsabilidad social, etc. Y como factor más importante, la dificultad en compaginar el amor paternal de Dios con la eternidad del castigo. (Pienso personal­ mente que se trata más de «excusas» que de causas, como se evidenciará en lo que sigue).

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