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316 ENRIQUE RIVERA estuvo motivada por peticiones precisas, excepto en algunas situaciones excepcionales. Cuando el alma subía a las cimas de la oración, ésta se transformaba en alabanza al Padre de los cielos y en acción de gracias por su bondad. Era este el sentimiento primario que irradiaba al exte­ rior aquella alma pacificada54. Ello, sin embargo, no eliminaba de la conciencia de san Francisco la realidad de su miseria y de su pecado. De aquí el esfuerzo, en ocasiones el arrepentimiento amargo, que acompaña a la vida del santo dentro de su inquebrantable paz. Contra lo que algunos han podido pensar el ideal franciscano es austero y vigoroso. Ahora bien; este vigor adquiere su máxima eficacia cuando el hombre, olvidándose de su situación trá­ gica, sale a sembrar la paz en otros corazones, aún más necesitados de la mismaS5. No puede, por consiguiente, hablarse de un optimismo ingenuo al enjuiciar a san Francisco. Lo original de su mensaje, afirma Lavelle, consiste en ser la más alta afirmación que pueda ser hecha del valor del ser y de la vida, tal como los hemos recibido de la mano de Dios. Este no se halla oculto detrás del mundo. No se proclama al Creador maldiciendo de la creatura. Todo es don divino. Al empuje misterioso de este don los seres se reaniman y vitalizan. San Francisco puede entonces dirigirse a la Dama Pobreza, a la Hermana Muerte. Y con más poesía cantar al Hermano Sol y la Hermana Luna... En todo objeto, en todo suceso, veía aquella alma aflorar una bondad oculta que era la de Dios. Se ha podido decir, reflexiona Lavelle, que Fran­ cisco envolvía a todas las creaturas, hasta las más mezquinas y más crueles, en la misma fraternidad. La razón de ello se encuentra en que las veía con una mirada tan pura y tan dulce, tan saturada de paz, que todas quedaban penetradas por el gran misterio de la redención pacificadora56. El misterio de reconciliación y de pacificación, tan hondamente sen­ tido por san Pablo en su Carta a los Colosenses, adquiere una tona­ lidad histórica en la vivencia franciscana de la paz humana, que se continúa y se agranda en la paz cósmica. 54. Quatre saints, 78. 69. 55. O. c., 79. 56. O. c„ 80.

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