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«D IO S PRE SEN TE EN SAN F R A N C IS C O »; 313 de la condición humana, que tiene como secuencia el dejar al hombre a la deriva y a merced de cualquier errabunda ensoñación. El segundo pone en claro que en la fidelidad a la llamada de la Transcendencia, que culmina en la plena revelación del Ser, cuando el Eterno Presente ilumina la conciencia, se halla la raíz de la auténtica «alegría» del vivir. Con una tradición francesa que se remansa en H. Bergson distingue netamente Lavelle entre «placer» y «alegría». El placer surge en la periferia de la conciencia cuando la sensibilidad alcanza el siempre menguado objeto de sus deseos. En un momento transitorio puede este objeto obnubilar la mente y provocar la euforia. Pero muy pronto ésta percibe la inconsistencia y nulidad de tal objeto. De aquí pro­ viene la ineludible sensación de frustración y de vacío que se apoderan del alma cuando se atiene exclusivamente al placer sensible. Muy otra es la vivenvia cuando las potencias del alma se ponen en contacto con la Transcendencia. Una impresión de alza, de entusiasmo, de ascensión, inunda al espíritu que hace brotar de sí mismo actos cada vez más plenos. De estos actos, en cuanto son participación del Acto Puro, brota, como de purísimo hontanar, la «alegría», que hinche de gozo el alma44. Lavelle ve encarnada esta filosofía axiológica en san Francisco. Cuando el alma, razona éste, no desea ningún bien terreno, y la natu­ raleza, en lugar de encubrirnos a Dios, nos desvela la belleza del acto creador, surgen en nosotros los actos que tienen su fuente en la eter­ nidad y que nos unen al Acto Puro en el tiempo. Es entonces cuando esta elevada vida espiritual produce en nosotros una alegría perfecta. Así aparece en san Francisco. A éste le repugna el hablar en demasía de las miserias humanas. Piensa que ello nos haría injustos para con Dios. En contraste y oposición recuerda Lavelle la tétrica teología pro­ testante, agravada en nuestros días por el teólogo K. Barth, para afirmar que san Francisco rehuye toda escisura o separación entre Dios y nosotros. De esta separación, no sin gran influjo de la teología pro­ testante, se ha impregnado la angustia contemporánea, que ha buscado en la filosofía existencialista plena justificación. El camino mental y vital de san Francisco, de signo contrario, lo resume Lavelle en esta 44. E n Traité des valeurs estudia detenidamente este tema (128-188). Acota­ mos esta frase que sintetiza su visión sobre los afectos: «La véritable jote est le contraire de la jouissance» (169).

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