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E T IC A Y C R IS T IA N IS M O 239 Podemos preguntarnos ahora: ¿cuál es la relación que la conciencia dice al cristianismo en cuanto conciencia moral? Pregunta inevitable, si es que hemos de hacer descansar la dimensión social de la moralidad cristiana sobre el respeto a la conciencia misma normativizada desde los valores evangélicos. Digamos que en la conciencia el hombre se siente en cuanto redimido llamado al amor; de aquí que la formación de la conciencia en su más hondo significado de sindéresis no sea sólo una ayuda para formar un juicio maduro, sino que significa asimismo el comunicar la gran realidad del verdadero amor por medio de la propia actitud total. Por tanto, normada por el Evangelio, la conciencia se convierte en el lugar de la audición de la llamada al ejercicio del amor, que en términos éticos se traduce no en imperativo categórico para hacer el bien, sino en invitación a rebasar la norma para recupe­ rarla en la misma superación. Y es justamente en esta superación de la norma donde acontece la afirmación de la ley como condición in­ excusable, dada la historicidad del hombre, de la práctica del amor. En este sentido, no fundamenta la ley el imperativo de la conciencia, sino que la ley es fundada desde la llamada al ejercicio del amor que acontece en la conciencia afectada por el anuncio del Evangelio, que nunca es un imperativo ético, sino vocación religiosa. El momento ético se recupera en la conciencia cristiana como mediación inevitable de la vocación religiosa, dada la condición presente, histórica, de la realidad humana. Cabe, pues, que sentemos algunos puntos a este respecto: a) En primer lugar, la conciencia cristiana debe estar dispuesta a ser confrontada con el Evangelio. Pablo escribía a los Efesios: «Si en un tiempo fuisteis tinieblas, ahora sois hijos de la luz; se os exige que andéis como hijos de la luz» (Ef 5, 8). Esto requiere vigilancia para las oportunidades presentes. La vigilancia es virtud típicamente cristiana. En ella se le va al cristiano el estar o no abierto al kairós de gracia como «conocimiento amoroso de las necesidades presentes del prójimo y de la comunidad». Los cristianos han de ser instruidos en la vigilancia para la captación del «momento de gracia», pues el Espíritu de Dios sopla donde quiere, y nadie sabe de dónde viene ni adonde va, lo mismo que el viento (Jn 3, 8). b) Para la ética precristiana la prudencia fue entendida como «sen­ tido de lo real», caso del aristotelismo y del estoicismo. Para el exis- 2 . C o n c i e n c i a m o r a l y c r i s t i a n i s m o

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