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E T IC A Y C R IS T IA N IS M O 241 la posee en Cristo; por tanto, la posee como participada. El cristiano sabe que no puede ser libre sino en la total dependencia, recibiendo de Dios tanto la respuesta a su oferta de gracia como la posibilidad de que acontezca con éxito. En la medida en que el cristiano participa en la vida de Cristo se encuentra consigo mismo, se hace verdadero y la verdad le hace libre (Jn 8, 31-32). La perspectiva cristiana no es la de ganar ante todo mi propio yo (Me 8, 35). La preocupación es Dios y el prójimo como tarea en una actitud existencial de estar ante las cosas con agradecimiento (Sal 115). De aquí que la actitud principal del cristiano sea la actitud teologal, aquella que de verdad le identi­ fica. El cristiano vive el amparo de las virtudes teologales u. e) Si hubiera, entonces, que señalar algunas características capaces de diferenciar los criterios teológico-hermenéuticos que determinan la presencia del misterio cristiano en la normatividad ética que define la conducta del creyente se podrían muy bien señalar las siguientes: 1) la moral cristiana es, ante todo, una respuesta responsable a la oferta evangélica de gracia, ya que el misterio cristiano, que en la praxis ética queda mediado en toda conducta, es una participación ( ¡ahí el sentido de la respuesta!) en el destino y suerte de Cristo, arquetipo utópico de toda intencionalidad de comportamiento. Tras esta afirmación se es­ conde el sentido mistérico-litúrgico de la moralidad cristiana que tra­ duce a términos existenciales el contenido cúltico de misterio de Cris­ to. 2) Dios nos toma en serio en nuestra singularidad personal. El hombre tiene una importancia eterna ante Dios 12. Sin ser necesarios, toda vez que somos insustituibles en nuestra singularidad, cada uno de los hombres es objeto de la oferta del Evangelio y sujeto de su aceptación. De ahí que nada pueda hacerse contra quien se niega a entrar en el proyecto de Dios, ni siquiera en nombre de este proyecto. Esto pone de relieve el sinsentido de todo esfuerzo de operar salvación para el hombre a su margen o contra su deseo explícito de marginarse de la salvación. Se trata de afirmar aquí el inevitable personalismo ético que debe regir cualquier proyecto de alcance social, salvo costos humanos que acabarían por desdecir la voluntad liberadora de dicho proyecto. De aquí que ningún fin justifique jamás los medios, cuando de operar contra la negatividad histórica se trata. 3) Pero la persona 11. C f. a este respecto el reciente artículo de R. B lázquez , Una pregunta necesaria : ¿quién es un cristiano?, en Communio 1 (1979) 39-52. 12. K. .R ahner , Antropología, en SM 1 (1972) 286-296.

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