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148 R IC A R D O M AR IM O N B A T L L O cual... ven su vida, sin embargo, a esta luz de su fe, con este cono­ cimiento adquirido por la resurrección: desde el principio es la vida del Señor». Bien, creo que esto solo no habría inconveniente en admitirlo. Pero sigamos. «En la dialéctica implícita del anuncio evangélico, los límites entre lo histórico y la fe derivada de la Pascua no están tra­ zados de antemano; ni la flexibilidad oriental tiene por qué someterse a las reglas del gusto occidental moderno». ¡Cuidado! No mezclemos las cosas. Aquí ya añade el P. Scheifler algo que puede «transformar necesariamente los hechos vividos por Jesús»... Esto es ya harina de otro costal, y hay que demostrar si realmente la «flexibilidad oriental» excluye los géneros verdaderamente históricos, y si los evangelistas excluían o se proponían hacer verdadera historia, o, hasta si se quiere, si pretendían emplear algún género histórico «común a la antigüedad semita» y poco conocido para nosotros. Pero iodo esto hay que de­ mostrarlo, no basta sólo con afirmarlo. Poco conocidos para nosotros podrán serlo los géneros literarios semitas que no aparezcan en los evangelios; pero de estos no se puede afirmar tan fácilmente que hayan sido desconocidos para nosotros ni para la tradición cristiana a lo largo de la historia. Y además el P. Scheifler mezcla ya aquí una tercera cuestión, la de que los mismos evangelistas «vacíen en el molde de una fe posterior... la información conseguida sobre aquellos años le­ janos (de la infancia de Jesús)». Pero esto habría que demostrarlo también, no basta suponerlo. El P. Scheifler prosigue con ánimo de intentarlo. «En Mateo, los relatos de la infancia están dirigidos, como todo el evangelio, a las comunidades judeo-cristianas y a los posibles prosélitos del judaismo. Así se explica que sean una filigrana de alusiones a la historia de Israel, a sus principales figuras y a los textos del Antiguo Testamento que resumen dicha historia. Jesús, en un abigarrado cumplimiento del pa­ sado, es tan pronto el heredero de las promesas davídicas como el nuevo Jacob-Israel o el definitivo Moisés. José de la casa de David, es la figura que empalma con las promesas davídicas... Llevada, sin em­ bargo, la genealogía hasta Abraham, Jesús repite en los incidentes de su nacimiento e infancia los que tuvieron lugar en la de Moisés frente al Faraón. Pero Jesús es, sobre todo, el Hijo de Dios. Lo pone de manifiesto: la acción del Espíritu en su primer origen, la misión del futuro niño hasta el perdón de los pecados, el nombre de Emmanuel, en su sentido fuerte: «Dios con nosotros». Aquél a quien Dios co­ menzó a llamar en Egipto «mi hijo» no es tanto el pueblo elegido,

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