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156 R IC A R D O M A R IM O N B A T I.L O La exaltación de la virginidad en Le 1, 26-38 es evidente; y en Mt 1, 18-25 lo es también. En este último texto se hace mención explícita de la profecía de Isaías (7, 14): «he aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel». Le no la menciona, posiblemente por dirigir su evangelio a cristianos no ju­ díos que no dominarían el Antiguo Testamento, aunque no puede me­ nos de venir espontáneamente a la memoria de los que leemos el relato lucano. ¿Actuó Is 7, 14 de «falsilla» para Le 1, 26-38? Es más que posible. Mt ciertamente en su anunciación hace mención explícita de la profecía de la Virgen. Y si lo que está haciendo el evangelista es una actualización midráshica de Is 7, 14, entonces resulta evidente la verdad de la concepción virginal, puesto que con ella (Mt 1, 18-21) explica el sentido virginal de la palabra ’almah de Is. En tal caso es Dios mismo, por el profeta, quien anunció con anticipación solemne la gran señal de la concepción virginal como signo de salvación dado al pueblo elegido y a toda la humanidad. ¿Puede darse mayor exalta­ ción de la virginidad en la Biblia? ¿Acaso una concepción ordinaria hubiera podido ser igualmente exaltada? Y si se quiere negar que Mt y Le partan de realidades del NT para explicar las del AT (a las que Le parece también referirse), ¿cómo se podría probar que no sean «realidades»?... El P. Scheifler quiere probarlo por las «negativas y silencios». Va­ mos a verlos. «Difundidos ya los evangelios de Mt y Le, persistan sin embargo judeo-cristianos que niegan la realidad histórica de la concepción virginal». «Esto indica, por lo menos, la existencia de alguna tradición primitiva que admitía la paternidad de José». No. Todo ello no indica nada. Ya desde los primeros siglos hubo herejes que tuvieron que ser impugnados por los mismos apóstoles (cf. 1 Cor 11, 19; 2 Pe 2, 1 ss.). Pero Scheifler afirma que «hay mucho más». «Por el mismo Nuevo Testamento — excluidos naturalmente los relatos de la infancia que tratamos de interpretar— tendríamos que inclinar­ nos por la concepción ordinaria, humana de Jesús; o, mejor, no se nos hubiera ocurrido pensar en otra». Vamos despacio. Si se excluyen los relatos de la infancia, quedan fuera piezas fundamentales que se refieren a la concepción de Jesús. Y esto, ¿en virtud de qué razón se ha de hacer? ¿Para ver, al quitarlas, lo que tiene que ser la con­ cepción de Jesús? ( ¡? )... Pero sigamos... Vamos a ver lo que pasaría. «El epistolario paulino ignora la concepción virginal». Precisemos los calificativos, P. Scheifler. ¿Es lo mismo «ignorar» una cosa que no

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