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¿Q U E E S L O E S P E C IF IC A M E N T E C R IS T IA N O ? 133 ticos, Jesús no se entretiene en descripciones imaginativas ni terrorífi­ cas sobre los nuevos cielos y la nueva tierra, ni revela especial interés por fechar el día de los acontecimientos escatológicos. Un segundo rasgo original del reinado de Dios proclamado por Jesús es su aire de «buena nueva» (y no de juicio castigador) porque el Dios anunciado por Jesús es un Dios de infinita bondad, un Dios que no se ata sus manos salvadoras por los pecados de los hombres, siempre que estos se reconozcan «pequeños», verdaderamente necesi­ tados de la divina salvación. Los fariseos limitaban la acción salvadora de Dios a los hombres justos, a los hombres cumplidores de la ley, dejando fuera de su alcance a los quebrantadores de las normas legales (prostitutas, enfermos, publicanos...). El Dios del reinado divino pre­ dicado por Jesús era, sobre todo, el Dios de los alejados de la Ley, el Dios de los maldecidos por la Ley, el Dios de los fracasados en su vida religiosa, el Dios de los ateos, de los que no se atenían al Dios oficial de los judíos. Una tercera, y última, característica es el lugar decisivo que el mismo Jesús ocupa en relación con el reinado de Dios. De predicador del reino de Dios, Jesús, después de la Resurrección, pasará a ser predicado como el contenido de la divina salvación, como el don salví- fico prometido. Pero los documentos del Nuevo Testamento nos indu­ cen a pensar que también antes de Pascua Jesús es mucho más que el mero predicador de la Buena Nueva, mucho más que el simple anunciador del Dios Padre de los pobres. Jesús se sitúa por encima de los profetas, por encima del mismo Moisés, por cuyo medio los judíos habían recibido la Ley: «Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No matarás... Pero yo os d ig o »...7. Aparte de esta superio­ ridad de Jesús respecto de los legisladores y profetas de la antigüedad judaica, Jesús se relaciona con el Dios Padre de los pobres de forma inusitada: extrañamente, le llama «Abba» ( = «Padre») y en ningún sitio del Nuevo Testamento aparece Jesús dirigiéndose a Dios como «nuestro Padre», sino que siempre, cuando se trata de él mismo, habla de Dios como de «mi Padre» y emplea la expresión «vuestro Padre», cuando se refiere a nuestro Dios. Difícilmente podemos explicarnos estas y otras frases evangélicas considerándolas exclusivamente como pro­ ducto a posteriori de la fe de los primeros cristianos. Sin ningún ante­ cedente histórico por parte de Jesús, ¿se hubiera atrevido la primitiva 7 . M t 5 , 21 s.

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