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132 EDU ARDO M A L V ID O de antemano y que, sin embargo, aparentaaprender las cosas; un Jesús impasible, esto es, un ser en contactobeatífico ininterrumpido con su Padre, no obstante los requerimientos del dolor humano; un Jesús indefectible, esto es, un ser que tiene tentaciones pero con la única finalidad de que aprendamos nosotros de su fidelidad a Dios, ya que en realidad Jesús no podía caer en tentación...; un Jesús, en definitiva, que está a millas de distancia del Jesús descrito por los evangelios. Por esto, conviene recalcar el hecho de que el Cristo divino guarda insoslayable relación con el Jesús de la historia y, más en concreto, con el Crucificado. El concepto cristiano de la divinidad de Jesús tiene que atenerse, sin escamoteo alguno, y dibujarse enteramente con la sangre del Jesús de la cruz. Insistimos en el hecho de la muerte afren­ tosa de Jesús, porque históricamente es el dato más consistente que tenemos y el que, por su radicalidad histórica, mejor nos puede aclarar el sentido de la persona divina de Jesucristo. Por muchos relativismos que se quieran introducir en la lectura del Nuevo Testamento, los exegetas no pueden por menos que coincidir en ver la originalidad del Nazareno en su modo de presentar la venida del reino de D io s 5. ¿Cuál es ese modo? Digamos, en primer lugar, que el reino de Dios predicado por Jesús es el reinado divino en el tiempo final. No se refiere a la soberanía de Dios instaurada en el mundo desde los oríge­ nes, sino que apunta al reinado último, escatológico, de Dios, de acuer­ do, por otra parte, con la literatura apocalíptica. La predicación de Jesús sobre el reino de Dios coincide incluso con la opinión apocalíp­ tica de que el definitivo reinado de justicia y libertad iba a tener lugar de un momento a otro, de que iba a ocurrir en un futuro próximo. Los textos evangélicos que ponen en boca de Jesús el anuncio de un pronto advenimiento del fin hablan muy convincentemente de la concordancia que existe entre Jesús y la predicación apocalíptica6. De no ser cierta esa coincidencia, los evangelios se hubieran apresurado a omitir esos pasajes tan comprometedores para el prestigio de Jesús como vaticina­ dor del futuro. A diferencia, sin embargo, de los testimonios apocalíp- 5. Cf. H. K üng , Ser cristiano, Madrid 1977, 268-283; F. G ogartem , ¿Qué es cristianismo?, Barcelona 1977, 72-82; R. S chnackenburg , Reino y reinado de Dios, Madrid 1967; O. C ullman , La historia de la salvación, Barcelona 1967; H. C onzelmann , El centro del tiempo, Madrid 1974. 6 . Cf. Me 9, 1; 13, 30; Mt 10, 23.

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