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130 ED U AR D O M A L V ID O de los hombres, el pomo repujado en oro que remata inesperada y sorprendentemente la obra redentora de Jesucristo. Sobre este particular citemos aquí las palabras de quien más ha defendido sin duda alguna el concepto de resurrección como hecho revelacional, como acontecimiento manifestativo supremo de los planes salvadores de Dios sobre el hombre: «En tiempos no muy lejanos de nosotros, la teología disertaba sobre la redención de Jesucristo sin mencionar siquiera su resurrección. Se ingeniaban los teólogos en va­ lorar el alcance apologético del hecho de Pascua, pero no pensaban en escudriñarlo como un insondable misterio de salvación. Concebían la obra redentora de Cristo consumada en su encarnación, su vida y su muerte en cruz... La resurrección de Cristo quedaba privada de la significación profunda que los primeros heraldos del evangelio habían propugnado y quedaba relegada a la periferia de la economía de nuestra restauración. Una omisión tan sensible tenía que empobrecer la teo­ logía de la redención» 4. Los primeros discípulos proclaman que Jesús es el Cristo a la luz de las experiencias de Pascua, atendiendo, por tanto, a la realidad del Resucitado, una realidad nueva y original, una manera de ser escato- lógica, que superaba cuantos modelos había vivido e incluso soñado hasta entonces el hombre. Todo en el Nuevo Testamento hace pensar que los primeros cristianos profundizaron en Jesús Nazareno y sacaron las conclusiones más comprometidas sobre su personalidad a partir precisamente de sus encuentros con el Resucitado, a raíz de sus expe­ riencias pascuales. A la luz de Pascua es donde los apóstoles y discí­ pulos vieron mejor cuáles eran las relaciones entre Jesús y Dios, cuál era la proximidad del Crucificado respecto de Dios Padre y del Espí­ ritu, cuál su grado de intimidad con Ellos. No basta con decir que, efectivamente, Jesús tenía mucho que ver con Dios. Esta última formulación es compatible con posturas de fe muy diferentes: aquí cabe la fe de Nestorio (que sólo admitía una unión moral del Logos en el hombre Jesús) hasta la fe de la Iglesia manifestada, por ejemplo, en el símbolo nicenoeonstantinopoiitano, in­ cluyendo también la interpretación de Bultmann (que, de manera oca­ sional, defiende la epifanía de la Palabra salvadora de Dios en el judío Jesús) y la del mismo H. Küng (que da a Jesús un lugar central en 4. F. X. D u r r w e l l , L a resurrección de Jesús, misterio de salvación, Barcelo­ na 1965, 15.

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