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¿Q U E E S LO E S P E C IF IC A M E N T E C R IS T IA N O ? 129 cismo de principios de siglo sobre la posibilidad de llegar a saber algo cierto acerca del Jesús histórico ha sido denunciado y superado y, hoy en día, entre los exégetas se tiene la impresión sólida y generalizada de que el Nuevo Testamento ofrece garantías de veracidad histórica en cuanto a lo que nos dice de Jesús de Nazaret. También ha quedado ya atrás la ingenua aceptación de una lectura literal de los evangelios, sin que por ello se haya pasado al extremo opuesto de negar alcance histórico a los testimonios del texto sagrado. ¿Cuáles son, por tanto, los rasgos fundamentales que el Nuevo Tes­ tamento atribuye a Jesús? Según los documentos neotestamentarios, ¿qué elementos intervienen en la composición de la manera de ser y actuar de Jesucristo? A la anterior pregunta podemos responder con estas palabras: los dos trazos configurativos de la fisonomía real de Jesucristo son la resurrección y la cruz, o, si se quiere, la dimensión divina y la dimen­ sión humana de Jesús, consideradas no independientemente, sino en mutua referencia e interacción. Comencemos hablando de la dimensión divina de Jesús. Jesús es el Cristo, el Mesías, el enviado de Dios, su delegado, su representante, su testimoniador, su profeta, su anunciador, su interpelador... Todos estos términos subrayan la relación insoslayable de Jesús con Dios, su dimensión religiosa trascendente. Pero en la designación apostólica de Jesús como el Cristo hay un modo de hacerlo que no se puede dejar sin comentario, ya que la manera de entender el alcance mesiánico de Jesús forma parte del mensaje nuclear del Nuevo Testamento. Para los testigos del Resucitado, la resurrección significó la entrada de Jesús en una nueva vida, en la era escatológica, en el ámbito invisible e inaprehensible de Dios, en el reino de la libertad creadora y amorosa del Padre, en la creación última en la que la muerte ha sido vencida en toda línea. En este sentido, la resurrección constituye la fase pos­ trera y definitiva del designio salvífico de Dios, la decisiva palabra reveladora de Dios acerca del destino de los hombres. Es algo más que la prueba confirmativa de la verdad de la causa predicada y vivida hasta la muerte por el Crucificado. La resurrección va más allá de constituir el acontecimiento que avala y autoriza al Crucificado como el enviado de Dios. Es prueba confirmativa y acontecimiento autoriza- dor de lo predicado por Jesús de Nazaret, pero también es la cumbre insospechada de la revelación divina, el tesoro que se oculta bajo los paños de la historia sagrada tejida por las manos de Dios en la historia 9

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