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144 ED U AR D O M A L V ID O Pero aquí no acaban todos ni los mayores inconvenientes de las respuestas ideológicas acerca de lo característico cristiano. Vamos a señalar otro inconveniente, para nosotros el más grave de todos: el peligro que toda ideología lleva en sus entrañas de postergar la prác­ tica, la acción, la praxis, la historia. Semejante peligro acarrea, en el caso del cristianismo, enormes desenfoques teológicos. La ideología suele dar primacía a la idea sobre la práctica, sobre- valora aquélla y minusvalora ésta, considera a la primera generadora de la segunda. La acción tiene rango complementario y, a veces, no es más que simple manifestación de la idea. Por el contrario, la idea es lo constitutivo, lo esencial, lo nuclear, y, alguna que otra vez, se basta por sí misma para darse a conocer. Cuanto hemos dicho acerca de la ideología tiene su versión religiosa en el denominado «idealismo teológico». El idealismo teológico no es más que «logocentrismo». Acentúa el pensamiento, el sentido, la interpretación, con descuido y, a veces, con perjuicio de la realidad objetiva e histórica. Según el idealismo teológico, la salvación ocurre especialmente en la revelación sobrenatural y no en la historia «natural»; Dios se comunica al hom­ bre sobre todo en la oración y en los sacramentos, no en la vida pro­ fana. Se contabiliza más realidad, más acontecimiento, más encuentro con Dios en la idea que en la práctica histórica. ¿Es esto así? ¿La historia y la palabra sagrada, la praxis y el gesto religioso se relacio­ nan como si fueran dos trozos de realidad diferentes, llevándose lo sacro la mejor parte? Las respuestas ideológicas sobre lo específico cristiano no sólo son generales y ambiguas, sino que además corren el peligro de atentar contra el valor primordial que la historia tiene dentro del cristianismo. Según la fe cristiana, la realidad, el acontecimiento y el encuentro sal­ vadores tienen lugar en la historia. La palabra tiene función significa­ tiva y esclarecedora de lo fáctico. Usando terminología sacramental, diríamos que la historia es la «Res» y la palabra el «Sacramentum». La palabra debe revelar el sentido salvador que se da en la realidad temporal. Su función no tiene un alcance constitutivo, sino sólo — ¡só­ lo !— manifestativo. La plenitud que la palabra proporciona a la prác­ tica histórica no es del orden óntico, sino del nivel de la conciencia del hombre. Boff ilustra todo esto con el caso de una reunión en la que se discute sobre el coste de la vida y se concluye con la lectura de una página del Evangelio. ¿Es válido recurrir a la lectura evangé­ lica cuando se trata de un tema como el del coste de la vida? Para

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