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142 EDU ARDO M A L V ID O formulada por los poderes judíos era realmente una acusación verda­ dera, mientras que la acusación política en contra suya era una acusa­ ción fundamentalmente falsa, ya que sólo respondía a la necesidad de obtener del político romano Poncio Pilato la autorización debida para el cumplimiento de la condena religiosa. La confrontación con la historia de Jesús que hemos hecho a pro­ pósito de la interpretación política-social de su figura, podríamos exten­ derla con provecho a otros casos. Sin embargo, no lo vamos a hacer. Creemos que el caso propuesto habrá sido suficiente para percatarnos de la utilidad que reporta la aplicación del correctivo histórico a cuan­ tas interpretaciones se hacen del hombre Jesús. Pero este primer correctivo crítico-histórico no basta. Hay inter­ pretaciones que se adecúan bien al contexto histórico de Jesús de Na- zaret. En este sentido nada tenemos que reprochar a lo que H. Küng nos dice en su obra Ser cristiano. Es preciso, además de la fidelidad histórica, tener en cuenta el alcance que los primeros creyentes dieron a la persona y vida histórica de Jesús. Y aquí, en aras de una fidelidad total, hay que reconocer que los testimonios neotestamentarios no se paran en una personalidad humana de Jesús de Nazaret. Sino que acaban confesando en él una personalidad divina y explicando desde ella las experiencias pascuales. Desde ella también, y a la luz de Pas­ cua, interpretan toda la vida anterior de Jesús. Si no se admite la realidad divina personal de Jesús de Nazaret, hay en el Nuevo Testa­ mento frases, hechos y representaciones que resultan ininteligibles. Es a todas luces evidente que escapa a nuestra comprensión y a la de los primeros discípulos el modo como Jesús se concientizó de su persona­ lidad divina, así como también todos estamos de acuerdo en afirmar que la divinidad de Jesús no es susceptible de observación directa por nuestra parte ni por parte de ningún ser humano. Con relación a nosotros, Dios es siempre el Otro. Pero lo que resulta comprobable es la fe de los primitivos cristianos en la personalidad divina del Na­ zareno. Por lo tanto, no nos parece admisible aquella interpretación que respeta y revive el contexto social del personaje histórico central del Nuevo Testamento y se calla su personalidad divina proclamada en y por el mismo Nuevo Testamento.

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