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¿Q U E E S LO E S P E C IF IC A M E N T E C R IS T IA N O ? 141 Algunos grupos se constituyen bajo la enseña de Jesús convertido en revolucionario. Aseguran que sus ideales y planes de acción están inspirados y alentados por la transformación radical y violenta del orden social predicada por Jesús. ¿Es que Jesús no propugnó el cambio radi­ cal de este mundo? ¿No arremetió contra los círculos dominantes? ¿No presentó un Dios de los pobres, de los marginados? ¿No era natu­ ral de Galilea, patria del movimiento revolucionario zelota? ¿No se rodeó de algún que otro, por lo menos, discípulo zelota (recuérdese el nombre de Simón el «Zelota»)? ¿No figuró el rótulo «rey de los ju­ díos» como razón de su muerte en el patíbulo de la cruz?, etc. Todos estos y otros signos de deje revolucionario no nos autorizan a ver en Jesús la figura perfecta del insurrecto político-social. «Si se quiere hacer de Jesús un guerrillero, un insurrecto, un agitador y revo­ lucionario político y convertir su mensaje del reino de Dios en un programa político-social, hay que tergiversar y falsear todos los relatos evangélicos, hay que seleccionar unilateralmente las fuentes, hay que trabajar arbitrariamente con dichos de Jesús y creaciones de la comu­ nidad sacados de su contexto, hay que prescindir del mensaje de Jesús como totalidad, hay que proceder, en suma, con fantasía novelesca y no con rigor histórico-crítico» “ . Dejemos de lado otros pasajes neotestamentarios que corrigen, com­ pletan, matizan, atenúan, contradicen... la interpretación que hace de Jesús un revolucionario contagioso y fijémonos en sus predicaciones sobre el reinado de Dios y en su muerte trágica. A la luz de estos dos focos, se ve claro que el mensaje y la vida de Jesús tienen significa­ ción e intención directamente religiosa. Quienes reaccionan primera­ mente contra la predicación de Jesús son las autoridades religiosas judías, no las autoridades políticas romanas. La condena de Jesús parte asimismo del sanedrín judío, no del gobernador extranjero Poncio Pilato. Este interviene en el último momento y a instancias de la jerar­ quía judía. Es cierto que la sentencia que pesa sobre el Crucificado es de cariz político — «rey de los judíos»— , pero todo hace pensar que el hecho obedeció a razones jurídicas: al parecer, las condenas de muerte sólo podía dictarlas la autoridad romana y no la autoridad judía, lo mismo que dependían de aquélla las directrices políticas y el velar por la paz y el orden público en el suelo de ocupación. Resumiendo, podemos decir que la acusación religiosa contra Jesús 11. H . K ü n g , Ser cristiano, M a d rid 19 7 7 , 2 3 3 .

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