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140 ED U AR D O M A L V ID O en las tareas cívicas y a hippies que no quieren saber nada de los pro­ blemas y de la marcha de la ciudad; a personas integrantes de los apa­ cibles grupos de movimientos carismáticos y a hombres que se enfren­ tan con dureza a las autoridades; a gentes asustadizas y a voluntades libres y liberadoras; a ancianos y a jóvenes; a mujeres y a hombres; a drogadictos y a gente con capacidad de ayuda altruista; a líderes y a apáticos en política; a los preocupados por el presente y a los apo­ calípticos del futuro; a los revolucionarios y a los reaccionarios... ¿Cómo es posible que Jesús se acople a gentes de talante tan dife­ rente y dé satisfacción a exigencias y búsquedas tan contrapuestas? La respuesta podría estar en estas dos explicaciones: en primer lugar, por­ que la personalidad histórica de Jesús es enormemente variada y rica; en segundo lugar, porque los grupos que hacen de Jesús su santo y seña no se caracterizan precisamente por sus conocimientos objetivos acerca del Jesús histórico, sino que, más bien, se dejan arrastrar por sus apreciaciones subjetivistas y acomodan a Jesús de Nazaret, sin gran­ des ni muchos escrúpulos, a sus objetivos y planes. De la complejidad y valía de los rasgos humanos de Jesús no vamos a hablar. No tiene nada de extraño que unos le consideren como el hombre libre por excelencia, que otros le conceptúen como el revolu­ cionario mayor que ha existido, que haya quien haga de él «el amigo» por antonomasia, o el hombre más sabio, o el moralista más consuma­ do, o el profeta más perspicaz, o el compañero más alegre, o el más fiel... Para todas estas y otras imágenes hay materia más que sufi­ ciente en los evangelios. Pero es el otro factor — el subjetivismo ignorante que caracteriza a muchos de los movimientos— el elemento más activo a la hora de bosquejar y configurar el rostro de Jesús que interesa obtener y pre­ sentar. Por ello, el primer correctivo que se nos ocurre hacer a quienes consideran el cristianismo sólo en su ámbito humano es precisamente de carácter histórico. Hay que volver al Jesús de la historia y atenerse a su estilo genuino y original que se entrevé en los escritos del Nuevo Testamento. Vamos a aplicar el principio formulado de fidelidad histó­ rica a un solo caso, al caso político, para que se vea claramente su im­ portancia y fecundidad 10. 10. C f . H. K ü n g , Ser cristiano, Madrid 1977, 228-239; O. C u l l m a n n , Jesús y los revolucionarios de su tiempo, Madrid 1971; M. H e n g e l , Jesús y la violencia revolucionaria, Salamanca 1973; J. M. C a s c i a r o , Jesucristo y sociedad política, Madrid 1973.

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