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138 ED U ARD O M ALV1D O Aquí se deja de lado la consideración histórica y personal del Hijo de Dios humanado. Se atiende a su origen ontológico divino, y, según este origen, el Hijo es distinto del Padre, ya que el Padre es el engen- drador y el Hijo es el engendrado, pero al mismo tiempo se identifica con El por lo que respecta a la naturaleza divina. A l prescindir de la referencia histórica, el concepto de divinidad que se ve reflejado en el Hijo responde a la mentalidad de la filosofía griega. Y como el concepto griego sobre la divinidad defiende la inmu­ tabilidad, la impasibilidad y la indefectibilidad como rasgos divinos característicos, de ahí que se opere un desplazamiento muy significa­ tivo de acento: ya no se centra la atención en la realidad histórica, sino en la preexistencia del Logos, en su eternidad; ya no se fija la mirada tanto en la muerte y resurrección del Señor como en la encar­ nación del Verbo. Se habla ciertamente de la «encarnación del Hijo», pero no tanto porque se quiera subrayar la incorporación de Dios a la humilde historia humana, sino sobre todo porque se pretende resaltar la categoría divina del Niño, el origen trascendente del recién nacido. Sobre este hecho de la encarnación se quiere basar precisamente la eficacia y alcance de la salvación y no tanto en la cruz y resurrección. Para la teología cristiana griega, la redención tiene lugar sobre todo en la encarnación del Logos. La humanización de Dios — entendida como encarnación— es la que realiza fundamentalmente la divinización del hombre. La Navidad pasa a ser la gran festividad cristiana. Y la muerte de Jesús y su resurrección se convierten en algo secundario y accidental. Los cristianos no se han librado del peligro de caer en una cris- tología descendente por haber proclamado en Calcedonia que Jesucristo es una persona que es — sin confusión, división ni disminución — ver­ dadero Dios y verdadero hombre. El descuido de la consideración his­ tórica de Jesús a la hora de entender su divinidad puede dejarnos pensar tranquilamente que Jesús es Dios a usanza de la teodicea griega. De hecho, el decreto del concilio de Calcedonia sobre las dos natura­ lezas de Jesucristo en la única persona del Verbo no supuso la puntilla de muerte para el modo helenístico de pensar sobre Dios dentro del cristianismo. Con posterioridad a Calcedonia, se continuaron observan­ do manifestaciones en contra de un Cristo realmente histórico, de un Cristo verdaderamente y totalmente hombre. Esto se patentiza sobre todo en la cuestión de la pasibilidad de Cristo. Los cristianos se resis­ ten a admitir que Cristo padezca realmente. El porqué de esta resis

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