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122 LEONARDO BOFF la praxis de Francisco: vivir, pensar y actuar desde los pobres y desde Cristo pobre, en su seguimiento e imitación. En la Regla aprobada (cap. VI), mandó que los hermanos no tu­ vieran ninguna propiedad. Con esto, corta de raíz el espíritu de acumu­ lación. Los únicos medios económicos para la sustentación eran el trabajo, y la limosna cuando el fruto del trabajo no era suficiente. El trabajo no aparece aquí en su sentido capitalista, como factor de acumulación (mercancía), sino como medio para atender a las necesi­ dades básicas de conservación de la vida. En el Testamento se muestra muy incisivo Francisco: «Yo trabajaba con mis manos y quiero tra­ bajar. Y quiero firmemente que todos se ocupen en un trabajo ho­ nesto». Es una actitud opuesta a la ganancia, a la avaricia, a la explo­ tación que produce la riqueza de unos a costa de la pobreza de otros. Hay un momento trágico en la historia del franciscanismo, acep­ tado por la Iglesia, la cual, en aquel momento, estaba realizando un gran proyecto histórico de poder político y civilizador. Desde el papa Gregorio VII (1073-1085), la Iglesia se lanza a la gran aventura de concentrar poder feudal en sus manos, sometiendo a todos los reyes y príncipes a pactos de vasallaje: papa-soberano y reyes-vasallos. La consecuencia de la eclesiastificación de la Orden Franciscana fue que la opción por los pobres, que había hecho el Francisco histórico, se espiritualiza e ideologiza más y más. Pasa a ser ascesis, provocando innumerables disputas sobre el quantum de bienes permitidos a los frailes sin violar el voto de pobreza. Ya no se trata más de identifi­ cación con los pobres (que varía de región en región a causa de los sistemas económicos y otras condiciones diversas), sino de inserción cada vez más profunda en las clases pudientes. Los franciscanos asumen la opción oficial de la Iglesia, que es opción por el poder y desde el poder relacionarse con los pobres de este mundo. Francisco iba directamente a los pobres; ahora, dentro del proceso de captación, la relación con los pobres pasa por la mediación de instituciones contro­ ladas por ricos con mentalidad paternalista. Puebla, con su opción por los pobres, significa un reto formidable al espíritu franciscano. Primeramente nos hace recuperar el sentido primitivo de la opción de Francisco. Nos ofrece un parámetro crítico para detectar, ya en las primitivas biografías de Celano (1 ó 2) y de san Buenaventura, la presencia del espíritu de captación por parte del proyecto de la Iglesia en el sentido del poder político y civilizador, poder que margina a los pobres. En segundo lugar, Puebla nos obliga

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