PS_NyG_1980v027n001p0087_0107

92 DOMINGO J. MONTERO valoración de la libertad asentada en la verdad, a la solidaridad, a la interioridad y a la coherencia, motivadas por un Dios vuelto al hombre, como notas características de su moral. I d e n t id a d m o r a l d e J e s ú s ¿Fue Jesús un moralista, un inmoral o un amoral? Ha habido res­ puestas en todas las direcciones. Jesús no predicó otra moral, aunque hizo sospechar a sus contem­ poráneos la necesidad apremiante de una moral «otra». Fue acusado de inmoralidad por sus trasgresiones a la normativa legalista, aunque esas trasgresiones eran la más clara denuncia de la inmoralidad de las normas vigentes. Muchos consideraron su actitud como la de una amo­ ral; pero ser libre ante una moral concreta no es ser indiferente ante lo moral. Profundamente motivado por la causa del hombre (Me 10, 45) y por la causa de Dios (Le 2, 49), Jesús no pudo permanecer insensibi­ lizado respecto del proyecto ético-religioso del hombre. Pero lo situó a niveles de honda radicalidad, liberándolo de lo periférico de una pra­ xis en muchas ocasiones anecdótica. Propugnó una alternativa: no hacer otras cosas sino ser otros; más en concreto, se presentó él mismo como alternativa (Mt 12, 30); de ahí que el «seguimiento» de Jesús sea el criterio moral fundamental del cristiano n. Cristo fue rechazado no porque predicase otra moral — en Judea existían varias en su tiempo 12— sino porque amenazaba con dejar en el dique seco, varada, a la moral legalista existente y, consecuentemen­ te, en el paro a los moralistas. Con la urgencia ineludible de lo «nuevo» (Mt 19, 17) desestabiliza todo el tinglado moral, suscitando perplejidades (Me 1, 22), sospechas (Le 20, 2), y también ilusiones (Me 2, 12). La meta de la moral cristiana apunta, pues, a la vida; en lugar de un código, tiene una vitalidad, un dinamismo inmanente (2 Cor 13, 4; Col 2, 13); en lugar de unos mandamientos, alguien, una persona, Jesús. 11. D. M o n t e r o , Discurso de la misión (Un acercamiento a A U 9, 35-11, 1), donde se hace un detenido análisis de las exigencias éticas del discípulo ( Natura­ leza y Gracia XXVI (1979) 7-48). Cf. J. E s p e ja , o . c ., 202-207. 12. G. T h e is s e n , Sociología del movimiento de Jesús. El nacimiento del cristianismo primitivo, Santander 1979, 74-82.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz