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90 DOMINGO J. MONTERO puede sobrevivir en distintos y plurales sistemas éticos. Y aquí radica el problema del pluralismo, de tan difícil comprensión. ¿A qué nivel situar, pues, la relación ética-fe cristiana? No son identificables, pero tampoco incompatibles. La fe no suprime la estruc­ tura racional de la ética; ésta no es impermeable a la teonomía. La originalidad de la moral cristiana no está en el contenido de la norma concreta, sino en la estructura de la decisión, que se interioriza y se centra en el amor de Jesús. No transforma la moral sino que la sitúa en otro contexto. «El cristianismo operará con las mismas cifras que esas otras morales o filosofías, pero es necesario confesar que se instaura ante ellas un prefijo, que sin cambiarle su significación objetiva, le con­ fiere un nuevo destino y nueva sonoridad, de tal forma que, al ser accionado, ese mismo prefijo las hace resonar en otro lugar e instaurar otro interlocutor nuevo. Todo es común a los cristianos con los que no lo son. Pero al vivir aquellos todo en Cristo, es decir, en una referencia, de amor, confianza y esperanza ante él, todo cambia de sentido» 7. La pregunta formulada al principio: ¿es el cristianismo una moral?, después de estas matizaciones, tendría una doble respuesta: no, por­ que lo específico del actuar cristiano no se encuentra en el contenido material de la norma ética; sí, en cuanto que las motivaciones últimas del actuar cristiano han sido cambiadas, cristificadas. Un factor común se extrae de estas reflexiones: vivir la moralidad cristiana no es cuestión de diferencia, sino de identidad; no tanto de peculiaridad en las realizaciones, sino en las radicaciones. Pero, ¿no tiene el cristianismo mandamientos éticos propios? Sí; mas estos no son totalmente ajenos a la estructura ética racional; no son reminiscencias de unas dependencias heterónomas y trascendentalis- tas. Su peculiaridad radica en la dimensión nueva, que, sin la fe, difí­ cilmente habría alcanzado dentro del ser humano 8. Sintetizando podríamos concluir: lo cristiano no es más que la máxima potenciación de lo humano, su última vocación. «Para ser 7. O. G o n z á l e z d e C a r d e d a l , Etica y religión, Madrid 1977, 277-278. «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres porque vivan en una región diferente, así como tampoco por su idioma o sus vestidos. Tampoco ha­ bitan en ciudades propias, ni emplean un lenguaje insólito, ni llevan una vida singular... Cualquier región extranjera es para ellos su patria... Viven en la carne, pero no según la carne... Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo...» (Carta a Diognetes 5-6: Funk, Paires Apostolici, 1, 397-410). 8. L. Bofe, Jesucristo el libertador, Bogotá 1977, 99-100.

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