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88 DOMINGO J. MONTERO Entendemos por actitud religiosa la entrega creyente, confiada y amo­ rosa a la gracia de Dios. Son, pues, dos movimientos, en cierto modo, de sentido contrario. El primero, de demanda y exigencia (sobre si mismo); el segundo, de entrega y rendimiento (de sí mismo). El pri­ mero está montado sobre un sentimiento de suficiencia — cuando me­ nos para practicar la virtud o cumplir el deber— . El segundo, sobre un sentimiento de menesterosidad total y envolvimiento en una reali­ dad suprema. El movimiento moral, eminentemente activo, es de ascen­ so hacia lo alto, y supuesta, admitida, «encontrada» la existencia de Dios o de los dioses, de autoelevación hacia ellos o hasta El. El movi­ miento religioso, al revés, fundamentalmente pasivo, es de descenso de Dios al alma, para morar en ella y santificarla. En el primer caso las palabras apropiadas parecen ser ascensión, endiosamiento... En el se­ gundo caso, las palabras adecuadas son asunción, deificación» 3. Sin embargo, en su aparecer histórico, se ha constatado en la con­ ducta de los hombres una relación recíproca entre ética y religión. Toda religión imprime a la vida del hombre un sello que tiene que ver con su actitud ética; pero también toda actitud ética, sobre todo cuando afirma vigorosamente la eticidad en cuanto tal, repercute di­ rectamente en la vivencia religiosa. En cuanto afectan profundamente al hombre, tienen un punto de convergencia. Su relación quedaría esta­ blecida en este dinamismo: independencia o autonomía de la moral con apertura a la religión. Esto reviste importancia peculiar en Israel, para quien resultaba un dato incuestionable la convicción de que las bases de su práctica moral descansaban sobre Yahweh. En el antiguo Israel no se habla de una ley exclusivamente motivada por principios abstractos e ideológicos, sino que toda la práctica moral se basa sobre el reconocimiento de Yahweh como la única bondad por excelencia. La ética es, pues, inmediatamente religiosa, ya que consiste en querer a Dios como un «Tú» absoluto; inversamente, la religión es también inmediatamente moral, pues es el reconocimiento concreto por Israel de Yahweh como el «Tú» absoluto. Todo esto descubre la fun- damentación teológica de la moral israelita, de lo que es un ejemplo el decálogo4. 3. J. L. A r a n g u r e n , Etica, Madrid 1958, 142-143; cf. J. G ó m e z C a f f a r e n a - J. Martín V e l a seo, Filoso/ía de la religión, Madrid 1973, 178-179. 4. J. G a r c ía Trapiello, El problema ele la moral en el AT, Barcelona 1977.

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