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100 DOMINGO J. MONTERO Pero, más allá de esta circunstancia, la libertad se revela como una realidad profunda, algo así como la posibilidad de ser uno mismo. Desde una óptica evangélica, descubrimos el testimonio inequívoco de Jesús, libre y liberador de los convencionalismos legales («se os dijo, pero Yo os digo»), de los particularismos geográficos («ni en Jerusa- lén ni en el Garizin, sino en espíritu y en verdad»), de los patrioteris- mos («dad al César lo que es del César»), de los prejuicios de clase (abierto a todos los estratos de la sociedad de su tiempo), del sábado (redescubriendo el sentido de la fiesta y del culto), de la angustia del poseer (las riquezas no pueden garantizar la existencia), del peligro de una existencia inautèntica y sin profundidad (invitando a la inte­ riorización)... 22. Con todo, Jesús no es un independiente, un elitista. La libertad para él no es un ídolo, sino una dimensión que está llamada a concre- tizarse en el bien para el otro. Por eso, la libertad que no engendra liberación, la libertad que no rebasa las fronteras de uno mismo, no es más que una forma disimulada de egoísmo. La verificabilidad histó­ rica es una exigencia de la libertad, postulada por la dinámica de la encarnación. «Desprivatizar» el mensaje liberador de Jesús es una con­ secuencia necesaria, porque la salvación que él aporta es global: his­ tórica y, al mismo tiempo, trascendente. No se reduce, por tanto, a la liberación política y económica, si bien éstas son expresiones de la salvación y liberación del hombre, de forma que en la liberación hu­ mana ya hay salvación divina. Se trata de salvar al hombre de todo lo que le oprime: pecado, enfermedad, dolor, pobreza, ley, religión, muerte...23. No otra cosa significan los milagros24. La peculiaridad de la libertad y liberación de Jesús radica en su origen: es fruto de una intensa comunión con el Dios verdadero (y hay que resaltar el calificativo verdadero), con su Padre. Un Dios que desde los orígenes del pueblo ha sido un Dios liberador; es más, un Dios que está presente allí donde se produce cualquier proceso de liberación histórica (Am 7 ,9). Por eso, la libertad cristiana no pregona 22. Cu. D u q u o c , Jesús, hombre libre, Salamanca 1975; L. B o f f , o . c 81-96- J . E s p e ja , o . c ., 111-135. 23. J . C o m b l in , Vers une théologie de l’action, París 1964; G . G u t ié r r e z y otros, Religión, ¿instrumento de liberación?, Barcelona 1963; J. B. M e t z , Teología del mundo, Salamanca 1970. 24. G . T h e is s e n , o. c., 60 donde considera que «las curaciones milagrosas en el movimiento de Jesús vinieron a ocupar el lugar que tenían las acciones terroristas en los movimientos de resistencia».

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