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UNA MORAL CERCA DEL EVANGELIO 99 Valor de la persona humana Dentro de un contexto literario de «polémica» y con gran inten­ cionalidad «cristológica», los evangelios sinópticos ponen de relieve el valor original y decisivo de la persona humana frente a las valorizacio­ nes antihumanas añadidas por las deformaciones religiosas. La presentación de Jesús como dueño de las instituciones humanas (Me 2, 13-3, 6) e impugnador del automatismo soteriológico de las tradiciones (Me 7, 1-23), tiene por objeto reivindicar la centralidad de la persona humana en todos los contextos de la vida. Este fue el pro­ yecto original del Creador al colocar al hombre en el vértice de su obra (Gn 1, 28-31). En esto Jesús no fue un revolucionario; su misión consistió en devolver a la persona a su situación original-vocacional, rescatándola de toda manipulación, «porque en el principio no fue así» (Mt 19, 8). Y la persona humana sin adjetivaciones reductivas. Las diferencias religiosas, étnicas, políticas, sociales, no modifican el valor sustantivo de la persona. Con todo, hay una matización: en la actitud y mensaje de Jesús se advierte, con claridad, una «opción preferencial» por el pobre, el débil, el marginado, el desposeído, el «sub»; preferencia que no sólo se concretiza en la solidaridad sino en la identidad con su persona (Mt 25, 31-46; 10, 4 0 )20. Y este rasgo ético de Jesús ha de ser justamente valorado por el creyente. El Concilio Vaticano II no hace otra cosa al afirmar que «el orden social y su progresivo de­ sarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona»21. La ética no se edifica a costa, y menos en contra, del hombre, sino desde el hombre y a su servicio. El hombre, en libertad Es otro de los valores peculiares de la moral neotestamentaria. Abordamos una dimensión fundamental del hombre, y del cristiano. Libre, libertad, liberación, no significan lo mismo para todos. Su com­ prensión aparece condicionada por la situación concreta del hombre. 20. J. S o b rin o , Relación de Jesús con los pobres y desclasados, en Concilium 1979, 461-471; J. E s p e ja , o . c., 193-198; y el trabajo de L. B o f f en este mismo número, pp. 111-124. Creo que G. T h e is s e n , o . c ., 110, no valora rigurosamente los datos al calificar como irenista la actitud de Jesús y de su movimiento, res­ tando relevancia a las «opciones preferenciales» que, desde el primer momento, configuran su «ethos». 21 Gaudium et Spes 26.

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