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UNA MORAL CERCA DEL EVANGELIO 97 Coherencia Sumamente fácil sería aducir textos en que Jesús fustiga la incohe­ rencia de los fariseos («dicen y no hacen», «sepulcros blanqueados»...). También otros textos neotestamentarios hablan de la fe que se actúa en la caridad (Gál 5, 6), y que la fe sin obras es una realidad inerte (Sant 2, 17). El seguimiento de Jesús y la situación a la que El llama exigen, de parte del hombre, gran capacidad de concreción. Al cristiano le es más connatural la transformación de la realidad que la especulación sobre la misma. El evangelio es más una «dynamis» que una «theoria». ¿Qué coherencia implica la moral cristiana? No sólo una coherencia de cumplimiento, del mínimum, sino una coherencia de plenitud. No la coherencia del «deber» (Le 18, 18), sino la del «gozo del amor» (Act 2, 46-47). El riesgo de diluir la fe entre volutas de incienso, o de ahogar el grito del dolor humano con cantos litúrgicos, se evita con el reclamo a la practicidad, a la constatabilidad, a la encarnación de la fe. «Vosotros sois luz...; brille de tal manera vuestra luz delante de los hombres, que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16). Hay un prefijo fundamental en la coherencia postulada por la mo­ ral neotestamentaria: la necesidad de la autoidentificación personal frente a Jesús. El hombre no está llamado — ni capacitado— para actuar cristianamente hasta que no haya respondido a la pregunta: y tú, ¿quién dices que soy Y o ? (cf. Mt 16, 15). Si no se da este paso previo, de autoidentificación, el resultado es extremadamente chocante: la existencia de una praxis «objetivamente» cristiana, y subjetiva y personalmente incoherente. No es infrecuente la pretensión de vivir cristianamente algunos aspectos de la vida, sin proponerse la integración de la vida entera en el proyecto cristiano. Eso, además de imposible, resulta estéril. A una persona, a un grupo que no hace una formulación cristiana global (a pesar de las deficiencias de la vida diaria), no se le puede exigir una práctica cristiana circuns­ tancial, porque equivaldría a situarles en la artificialidad de una praxis objetivista carente de motivaciones integradas. La coherencia exige, por tanto, un proceso de interiorización; no se reduce a una práctica teóricamente ortodoxa, sino a una vivencia profundamente personalizada. 7

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