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SAN FRANCISCO EN EL PENSAMIENTO. 77 L. Coimbra no niega esta perspectiva. Pero hay que constatar que no es la que él prefiere. En vez de mirar nuestras vidas como ríos camino de la mar, contempla, al contrario, el río de la vida en busca de su origen, de su manantial escondido. La expresión literaria de que se vale lo dice todo: «Da Foz á Nascente » 4S. Tal vez las quietas aguas del Mondego, el río portugués que desemboca en la «Foz», trajo a su mente la idea de que el río añora por volver a su «Nascente», a sus escondidas fuentes en lo más alto y umbroso de la Lusitania. Este volver del río a la fuente es la expresión literaria de ese deseo de la creación entera, la cual, al salir de las manos de Dios, siente la «sau­ dade» del retorno. Sólo en esta «saudade», el hombre superará toda tentación de nihilismo al sentirse abierto, no a la fosa de la nada, sino a la plenitud del Todo de donde saüó. L. Coimbra aclara esta su mundividencia con una comparación que toma de la gimnástica. Si el hombre mira al mundo sin gimnasia alguna, advierte que todas las cosas se apoyan en la tierra y que él mismo camina apoyándose en ella. Es la visión del hombre ligado al tiempo y que vive sosteniéndose en lo temporal. Pero si este hombre lograse apoyar sus pies en el cielo y caminar por la tierra, vería a ésta flotando en el vacío y amenazando caer a no ser que alguien la sostuviera. Esta visión gimnástica la proclama suya L. Coimbra. En esta visión la tierra ya no reposa en sí misma, sino que la sostiene su Creador. Y los hombres ya no marchan neciamente suficientes hacia la nada, sino que se sienten mantenidos por el dedo omnipotente que les dio el ser44. Esta vuelta de las cosas a su fuente y esta visión gimnástica que las ve pendientes del dedo divino motiva el que todas ellas se sientan vinculadas entre sí. Todas ellas, en efecto, son dádivas del Supremo Hacedor. Una mirada sencilla y límpida percibe el vínculo fraterno que une a las cosas, al ver en su inocencia la desnudez de éstas tal como salieron de las manos de Dios. L. Coimbra considera frutos de esta mundividencia algunas de las virtudes que anduvieron largos siglos por los tratados de teología moral y que él ha trasladado al campo de la metafísica. La primera es la humildad. Si Teresa de Jesús definió esta virtud diciendo que era la verdad, a esta definición se atiene L. Coimbra. Pues la verdad es que el hombre se halla en plena y total dependencia del Ser Supremo. Re­ 45. O. 125. 46. O. c„ 125-126.

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